miércoles, 28 de diciembre de 2011

Edwyn Collins. Espero y desespero. Me caigo y me levanto




Dicen los historiadores que el siglo XX empezó de verdad tras la 1ª G.M.; en Arriba y abajo (Upstairs and dowstairs) el mundo cambia tras el hundimiento del Titanic; y quizá los años 80 terminaron cuando volví a Barcelona después de pasar un año en Ceuta, cumpliendo con la ley. Estuve fuera el año de 1988. No he sentido jamás un respeto total por el vínculo de grupo, así que, normalmente, después de una larga ausencia, padezco la sombra de haber sido desplazado u olvidado: ya no soy nadie. Creo que es una sensación común.

Por esa época, más o menos, ocurrió que mi hermano se había establecido por su cuenta, es decir: se llevó los discos. (Aquí se debe decir que él comenzó a trabajar y a ganar dinero muy joven, y yo probablemente todo lo contrario, así que el 99% le pertenecían.) Pero la sensación de pérdida no fue nada comparada con el misterio que tenían los nuevos discos que aparecían en sus estantes. Ya no los oía con la placidez de pensar que se iniciaba una larga relación; los escuchaba a toda prisa, y con la clandestinidad del ladrón que ha de decidir rápidamente qué merece la pena grabar para llevarse a su cueva. Por suerte, también empecé a trabajar y a comprarme mis propios discos.

Bien, habíamos dicho que le felicidad se acabó en 1988. Orange Juice siempre parecieron un grupo feliz, y siempre me gustaron. Pero Edwyn Collins, en su primer elepé en solitario, no prometía sólo cierta dosis de esperanza, sino también una sombra de duda. Corría ya 1989.

La portada, amigos: en ella se puede apreciar que las cosas no van del todo bien. Foto de Collins en un claroscuro barroco que bien podría haber sido hecha por David Lynch. El título: Hope and despair (Esperanza y desesperanza). La primera canción: Ah, la primera canción. OBRA MAESTRA. ¿Cómo iba a perderme un disco que comienza con una Canción de mesita de café?

Después de todos los inventos sintéticos y tecnopoperos de los ochenta, un cantautor consigue usar el eco y la caja de ritmos con una efectividad aplastante, tanto que no se nota. El ambiente cálido, casi caribeño, se ve ensombrecido por la melodía de la voz y la letra. «Cuál es tu número: Mi número es cero. Cuál es tu color: Mi color es triste/azul. Cuáles son tus secretos: Por qué tendrían que ser contados. ¿Entonces, cuál es tu problema? Mi problema eres tú.» Una estrofa, plácida y triste, da lugar a un cambio de melodía que no llega a ser estribillo. Dos veces. Luego, un solo de guitarra acústica delicado y un puente más apasionado, en que la voz se remonta, se remonta. «Hay un lugar que conozco donde podríamos ir los dos. Nadaría siete mares, me postraría de rodillas, para poder estar allí.» Entran apenas dos acordes de guitarra eléctrica por sendos canales del estéreo que te desgarran el corazón y..., es tan perfecto que se acaba la canción. Sólo dan ganas de volverla a poner (cosa que hago en este exacto momento).


Primero me grabé el disco en una cinta de 90 minutos (en la cara A; en la B puse el Letter from home de Pat Metheny, dios qué mezcla). Después mi hermano, haciendo buen uso del ordenador con fines benéficos, me hizo una copia digital del plástico.

Hay rocanrol: "50 shades of blue". Imparable. "Darling, they wanted all". Bailable, gustosa. Hay baladas: "You're better than you know". Hay medios tiempos propios de la última época de Orange Juice, de un Caribe imposible: "The mesure of that man".





Y cumbres. No me gustaría dar a entender que este disco es uniformente precioso. Es irregular... y precioso. Y cuando uno llega a "The Wheels of love", llega a una cumbre. El camino ha valido la pena, y la vuelta valdrá la pena, porque en el valle la hermosura puede ser melancólica. Pero a la cumbre se llega con las ruedas del amor. ¿Desde dónde llegan esas guitarras? ¿Por qué el piano pone los puntos y comas con tanto estilo? «She's got a notion to set the wheels of love emotion. Set the wheels of love.» Y ahí ruedas y ruedas, de manera imparable, a la felicidad.

Durante un año, estuve volviendo del trabajo por la carretera que bordea Montjuic, que se asoma al puerto comercial de Barcelona. ¡Cuántas veces puse este casete en el loro del coche. Cuántas veces me revolucioné con el solo de guitarra final y con los coros: love, love, love, love, love, love, love, love!


¿Qué le pasa a Edwyn Collins en este vídeo?

«El 18 de febrero de 2005, durante una entrevista en la cadena de radio BBC 6 Music, Collins se sintió indispuesto, pero dijo haber sentido nauseas y vértigo debido a una intoxicación alimentaria. Dos días más tarde ingresó en la unidad de cuidados intensivos en un hospital de Londres, tras haber sufrido una hemorragia cerebral. El 25 de febrero fue operado tras sufrir una segunda hemorragia. La operación fue un éxito, y actualmente está en proceso de rehabilitación neurológica.» (Wikipedia dixit.)

Yo me enteré en el festival de documentales musicales de Barcelona In-Edit, en 2007, viendo una película sobre este percance. Debo decir que salí muy emocionado del Club Coliseum y que me compré de inmediato su siguiente disco, que había grabado justo antes del ataque (Home again, bueníssssssimo).

Más obras maestras: Ghost of a chance.

http://es.myspace.com/wwwmyspacecomedwyncollins/music/songs/ghost-of-a-chance-58223442

Y "Hope and despair"... Vaya, parece difícil encontrar vídeos o audios de este disco. Os puedo decir que esta última canción es una maravilla y que podría haberla hecho Lloyd Cole en sus mejores tiempos.



Si alguien tiene curiosidad por esta perfecta transición entre Orange Juice y su éxito con A girl like you, lo puede encontrar en http://killingmoonmusic.blogspot.com/2011/06/edwyn-collins-hope-and-despair-1989-mp3.html, y también lo puede comprar, digo yo.

domingo, 25 de diciembre de 2011

The Chameleons. Tan alto como puedas llegar.



Tarde de Navidad. No se me ocurre nada mejor que escribir sobre The Chameleons. Llevo muchos días pensando en esta reseña pero no encontraba el momento. Ahora tampoco encuentran las palabras fáciles caminos espontáneos a mis manos. Me falta inspiración entre la supuesta atmósfera de hermandad navideña y la tristeza que destilan las canciones de este grupo. 

La casa ha quedado vacía por una semana más, rellenados sus rincones por recuerdos silenciosos, por pliegos acumulados desde hace años entre los que hoy (tras casi un año buscándolo) ha surgido un arcaico poemario robado hace treinta años, uno relleno de palabras certeras como dardos, utilizadas antiguamente para enamorar, y de una añeja foto que me regaló una hermosa morena que me desmoronó mi castillo de naipes de cristal (en realidad buscaba ésta).  Esos recuerdos me han hecho dirigirme sin dudar a la estantería donde guardo este disco.

Lo compré, como casi siempre, por una corazonada. Un presagio, como para casi todo lo que hago en esta vida, me lanzó sobre él. El nombre del grupo, el dibujo de la portada diluyéndose en dirección a una careta de niño triste enmarcada por el arco iris, y el título evocando palabras grabadas en un puente manifestando su intención de dejar estela permanente (hoy en día la gente deja candados),  lo arrojaron sobre mis manos. 

El grupo consiguió una fama limitada en su época pero dejó influencias póstumas que todavía se notan en la música actual en grupos como por ejemplo Interpol.  Cuando empiezas a escuchar el disco parece uno más, pero poco a poco, la intensidad de las canciones va creciendo y notas las diferencias, su originalidad. La principal el manejo de las guitarras, ese eco que se desprende de ellas que inicialmente no queda patente hasta que quedas exhausto con la última canción de la primera cara (“Less than human”).  La segunda diferencia es que sus canciones son largas, nada de tres minutos... cinco, seis y hasta siete minutos. Se regodean en que disfrutes, alargan un poco los finales, te hacen desear más.

 De esa primera cara sólo puedo decir que una vez finalizada tienes que repetirla porque no sabes cual de todas las que has oído es mejor, porque tienes que confirmar los mensajes que has recibido. ¿Cómo es posible que en tan poco rato te hayan leído el pensamiento? ¿Cómo en tan poco tiempo has notado la neblina del inicio del día rompiéndose atravesada por rayos de luz y al poco has visto la noche oscura salpicada de brillantes estrellas señalando con sus dedos  los hilos que mueven tus sentimientos? ¿De dónde han surgido a la vez el alegre grito de recién nacido al llegar al mundo y la tenebrosa guadaña de la muerte golpeando terrible? 


 El disco lo abre “Don’t fall”. Nada del otro jueves, piensas, otra más de los ochenta, en la línea marcada por Joy Division. Pero empieza “Here Today” en la que parece que suenen diez guitarras en lugar de dos, una de ellas lleva el ritmo como un bajo y el resto te hacen volar como si te hubieras drogado y a partir de ahí flotas arriba y abajo. “Monkeyland”, “Second skin”  te mantienen en lo alto, notando el vértigo de asomarse al vacío, el final decelerado de esta canción introduce una hipnótica “Less than human”,  (Time is on my side she said. You are maybe on your side I said), con sonidos que recuerdan un coro de vientos y cuando comienza el crescendo final ya percibes que estás ante algo grande, entiendes el concepto de “Wall of sound” del que hablaba Phil Spector, pero en este caso solo con guitarras.


 Los sonidos del puerto, los pasos lentos de un carcelero acercándose a la mazmorra con sus llaves abren “Pleasure and pain” en la segunda cara. Breve fraseo de guitarras, redoble de tambor y les sale un temazo de once puntos sobre diez. Cuando bajan el ritmo al final de esta canción para luego acelerar y volver a parar de pronto se produce uno de los puntos álgidos del disco (It’s in you.  It’s in me). Le siguen las dos más cortas del disco “Thursday child” que salió editada en el disco original por error como “Tuesday...” y la acelerada “As high as you can go”, ésta última constituye una de mis favoritas para comenzar las mañanas de invierno cuando notas que te falta algo de energía para enfrentarte al día. La parte final de “A person isn’t safe anywhere there” con el sonido aislado de batería, la guitarra y la voz de Mark recitando: “How can you laugh this one away. Will you ever laugh this one away” preludian “Paper Tigers”. A esas alturas ya te la podrían meter doblada, pero ellos siguen a lo suyo con un tema épico y crítico: “They always keep themselves clean. I can't shake this feeling. Something's going to happen”. El título del tema que cierra el disco (“View from a hill”) ya anticipa que es una lenta, con un final de los de tiritonas, truenos lejanos, redoble de tambores y cascabeles al viento y las guitarras características de los “camaleones” extinguiéndose lentamente en la noche. Es como dos canciones en una, la cantada y los tres minutos finales de música. Una de las de “todo lo bueno se acaba”, pero ¿No es así siempre en la vida? El mejor momento siempre preludia a la tragedia... Suerte para el próximo 2012.



“I have to know what is real and what is illusion. Tell me how does it feel Beyond this confusion
Is there anyone there” Monkeyland

"Pero, ¿es ésto de lo que están hechos los sueños...? Si esto es de lo que están hechos los sueños, no es extraño que me sienta como flotando en el aire... En todas partes, es como si estuviese en todas partes. Es como cuando no consigues relacionar ciertas cosas y sabes lo vital que es. Alguien está llamando a mi puerta. O como cuando algo se te escapa entre los dedos y te das cuenta de lo precioso que es. Algo está llamando a mi puerta.  Llegas entonces a la conclusión de que esto es sólo tu segunda piel.  Sólo tu segunda piel." Second Skin

sábado, 17 de diciembre de 2011

Okay, the Allman Brothers Band...


...dice el speaker, y así comienza uno de los discos dobles en directo más valiosos de la historia de la música de todos los tiempos, si tenemos en cuenta sólo el entorno del sistema solar: At the Filmore East.

Blues-rock, rock sureño, largos interludios instrumentales, solos de guitarra para tener la boca abierta, canciones cortas con pegada y largas para que no quieras que acabe la noche (en medio del concierto se oye que alguien grita: Play all night!. Y casi le hacen caso, porque los conciertos de esta gente siempre son de tres horas o más). Son tan buenos y tan poco ambiguos que cada año, ahora mismo en 2011, cada año, hacen una sesión de conciertos de una semana o dos semanas en Nueva York, y cada año se llena. Yo creo que para la primavera, en EE. UU., se esperan las primeras flores y a los Allman Bros. La gente sabe lo que ofrecen, no hay trampa ni cartón. La gente sabe que van a disfrutar como cochinos.

¿Qué se puede pensar de una banda que suena como una relojería de ensueño? ¿Y de un blanquito que toca el órgano y que canta como los angelitos negros? ¿Y de dos guitarristas que lo bordan (uno de ellos convertido ya en un mito, casi tan respetado como Jimi Hendrix -si no, que le pregunten a Eric Clapton-)?. Tocan clásicos, tocan originales, improvisan (dentro de un orden) con inspiración. En fin, tocan tan bien que acarician.

Amigos, creo que mi hermano compró dos discos cuando..., ¡jo!, ya no me acuerdo..., bien, creo que los primeros discos que compró fueron Tales of mistery and imagination, de Alan Parsons (ojo, que no está nada mal, que luego hizo bodrios, pero...), y Ummaguma de Pink Floyd, y luego un doble recopilatorio de Allman Bros., ¿o fue primero este que nos ocupa, At the Filmore East?El caso es que fue de lo primero que rodó en el tocata, y rodó, y rodó, y rodó. Vamos, que lo he escuchado cientos de veces (eh, eh, cientos de veces, no exagero, es imposible exagerar). Y aún hoy me pone firmes... y a rodar y rodar, rodar y rodar.

Las letras son puro blues, historias de desazón o de amor contrariado. «No me quieres, bonita, no me quieres, ya lo sé. Si me dejas, bonita, me vas a hacer tanto daño... Se lo voy a decir a mi madre, y a mi padre también. Le voy a contar a todo el mundo lo que las jovencitas le hacen a la gente.» Qué inocencia, por Dios. Pero es directo, simple, y muy sentido. Cuando entran los solos de guitarra, el corazón nos sangra.

Los Allman son un grupo completísimo, una orquesta como quien dice: dos baterías que suenan tan bien y dan tanto ritmo ¡que parece que sólo suene una con muchas percusiones; dos guitarras (el no va más de la banda); bajista monumental; órgano repleto de swing; voz de taberna. ¿Se puede pedir algo más? A veces, una armónica.

Ah, y que nadie se los pierda hoy en día (los sustitutos de los originales, de los guitarras y del bajista, son tan buenos o mejores). Tuvieron una época malilla, en los años 80 y 90; pero ahora están en forma. Hacen el mismo repertorio y le suman un montón de canciones más a la misma altura (de hecho, su último disco en estudio: Hittin' the note, del 2003, era una obra maestra absoluta). Y yo me acabo de bajar la revisión de este grandísimo disco en el Fillmore que han realizado este mismo año (en el blog de zinhof).

Bien, aquí van las canciones; ni están todas, ni todas son exactamente de este disco, pero es que internet, aunque sea una monada, no es un milagro.

No es la mejor formación, pero... ahí va Staresboro Blues.



Umm, parece que amanecerá un lunes tormentoso.



Y esto es un Whippin Post histórico, un poco deteriorado como documento, pero impresionante.



El precioso instrumental de Dickie Betts, In memory of Elizabeth Reed.



Tú no me quieres. Pues yo tampoco.



No me dejes preguntándome..., que me pongo malo.



No voy a perder más el tiempo (aunque no tengo ni idea de cómo voy a aprovecharlo).



Y para que veáis cómo tocan hoy un clásico de entonces. Dulces Dreams.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Secrets. Robert Palmer. Un disco secreto de un autor a cara descubierta.



Empieza a ser penoso descubrir que muchos de los que llenaron nuestras horas musicales de juventud ya no están entre nosotros. Este es el caso. Robert Palmer nos dejó, de forma brusca, en 2003  a la temprana edad de 54 años.  La verdad es que estoy seguro de que tuvo una muerte elegante en los brazos de una bella mujer, tras una magnífica cena en un palacio lujoso, junto a un grandioso lago y probablemente sonriendo de satisfacción. Tenía cara de pillo, era extraordinariamente elegante y lo imagino buen vividor. ¡Ojalá no me equivoque!

Aunque disfrutó del éxito a raíz de otros discos, en mi opinión, éste que nos ocupa es el que marca la frontera entre un artista poco conocido, extraordinariamente versátil y rockero; y otro comercial, de gran éxito y buenos contratos. Lo que aconteció en su siguiente trabajo y con la canción “Johnny and Mary”.
Lo más destacado de Palmer es su voz, de ahí que en sus cuerdas vocales resuenen excelentes las versiones de otros autores menos dotados en potencia y armonía vocal pero tocados con la varita mágica de la composición.

¿Por qué compramos este disco? No me acuerdo bien. Tengo clara la reseña en el “Vibrata” del mes y creo que fue la que me hizo decidirme por él cuando cobré a fin de mes.  Pero también recuerdo haber oído la extraordinaria y anfetamínica “Bad case of loving you” en la radio. Una versión de una canción de Moon Martin (cantante y compositor maldito que conocimos a raíz de este disco). Una composición francamente original, con una letra que como canción de amor no tiene desperdicio y que abre el disco. Con un estribillo que cualquiera firmaría si existieran esas pastillas para el desengaño amoroso. Voy a ver si consigo la receta.

 “Doctor, doctor. Give me the news. I’ve got a bad case of loving you. No pills gonna cure my ill. A pretty face don’t make a pretty heart”.

A partir de aquí alterna composiciones propias con las de otros autores como: “Too good to be true” con ese ritmo caribeño tan típico en el rock británico de la época pero poco conocido en el americano.


“Can we still be friends?”  original de Todd Rundgren, una canción de esas para toda la vida, la voz, el ritmo, la letra, poco a poco hacen permeable tu piel, y notas la intensa desazón del compositor perfectamente transmitida por su intérprete y los sencillos coros que se hace él mismo (Da ra ra). Os pongo la original y la versión para que podáis comparar. Yo soy incapaz de elegir. Igual la habéis oído en la banda sonora de “Vanilla Sky”. Hay versiones de ella de Rod Stewart más acelerada que la original, Vonda Shepard (la de Ally McBeal) potente de voz y con muy buenos arreglos y coros masculinos y Mandy Moore aceptable y un poco meliflua.


“It’s a strange sad affair. Sometimes seems like we just don’t care. Don’t waste time feeling hurt. We’ve been through hell together. Can we still get together sometimes? Can we still go on? Memories linger on. It’s like a sweet sad, old song”.

La extraordinaria y optimista “Mean old world”, en mi opinión la mejor del disco, con un sonido soul excelente y que no es una versión de la de T-Bone Walker sino que su autor es un tal Andy Fraser (un bajista que formó parte de los Free en los setenta).



“It's a mean ol' world, but it's up to us, to make it heaven, here and now”

La cara B promete rockera con “Jeaolus”, “Under suspicion” y; “Woman your wonderful”. Finalmente toma rumbos más funky con “What’s it take” y Remember to remember.


En internet no abundan grabaciones de calidad de este disco, o sea que si os gusta tendréis que pedir hora para oírlo en mi casa o intentar comprarlo en alguna tienda especializada.  No os arrepentiréis sea cual sea vuestra elección.

sábado, 26 de noviembre de 2011

The Jam - Setting sons


Bueno, y llegó el punk. Pero no vayamos a mitificar el asunto. A mí no me gustaba. A mí me gustaban los grupos de rock sinfónico, y los de rock sureño y... Pero había señales de humo, había muestras de que algo se estaba cociendo: canciones «que lo petaban». Y la ola del punk levantó a todos los músicos con un poco de mala leche y rebeldía juvenil. La new wave no era más que un puñado de grupos que hacían pop musculoso con acento de barrio, y el afterpunk parece que llegó casi antes de que nos hubiéramos enterado y, de hecho, en las paredes los propios punks escribían: "punk is dead". Y vi el vídeo de los Jam en la tele: «Going underground», y pensé, joder, qué fuerza, cómo tira esta canción, esto sí que me gusta.



Y llegó a casa su disco Setting sons. Yo jugaba a fútbol todavía. Y a veces, con el esfuerzo físico, ya fuera el sábado o, más normalmente, el domingo a la tarde, me dolía la cabeza, me dolía el cuerpo, me sentía machacado, creo que me daba un poquito de fiebre. Entonces me ponía este disco, que me resultaba de una violencia explosiva, y me gustaba.



Me encantaba la voz de Paul Weller, siempre como de mal humor, y me hacía la ilusión de que el punk también me gustaba y que no era una persona tan pasada de moda. Claro que luego conocí mucho mejor al grupo y comprendí que había otras fuentes de inspiración para ellos aparte del punk.



Además de todo esto, en el disco hay dos canciones que no pueden calificarse más que como dos obras maestras. Después de «Girl on the phone», con el ring ring de la llamada de una novia que sabe todas tus medidas, viene la primera muestra de pop de relojería. «Thick as thieves» (Como uña y carne) es la repanocha: batería que redobla para ponerte en tu sitio, un riff de guitarra que camina sin parar, la voz que inicia una narración, los coros del bajista (que eran un lujo)... y la melodía se desarrolla con naturalidad y belleza. Un pelotazo.



Y luego, la última de la primera cara, «Wasteland», es una maravilla de principio a fin, la mejor del disco, la que mezcla violencia con ternura, la que añade a la melodía las mejores armonías vocales... La que hace que entiendas algunos versos en inglés: «Meet me in the wasteland... Like our lives, just like our lives, exactly like our lives». Definitiva.



Bueno, supongo que yo era uno de esos chicos del sábado, que salían con los amigos y se imaginaban que iba a pasar algo, aunque nunca pasara nada. Sí, ellos hablaban de vidas como la mía, sí, exactamente como la mía.



domingo, 20 de noviembre de 2011

Joe Jackson. Noche y día


La vida a veces da giros inospechados, hay acciones que sin saber porqué perduran de forma imborrable aunque pasen los años. Hoy hace veinticinco años que, por primera vez en mi vida, compré dos entradas para ir un concierto sin tener quién me acompañara, arriesgándome a tener que ir solo o a no ir con las entradas compradas (lo he hecho alguna vez). Por primera vez en mi vida, sin pensármelo, por intuición, por un simple pálpito, por un cruce de miradas se lo propuse a una casi desconocida y... aceptó.


El concierto tuvo lugar en la sala Studio 54 (actualmente Teatro Arteria) en el Paralelo barcelonés, el artista Joe Jackson en la gira del disco “Big world”. La actuación resultó ser extraordinaria. La compañía... también. Todavía puedo ver el brillo de su mirada al escenario (probablemente era su primer concierto), puedo notar los roces obligados por la aglomeración de público, el suave latido de nuestros corazones coordinados. No se me han borrado los compases de la primera canción “One more time”, ni la inolvidable presencia escénica de Jackson, vestido de inicio con un largúisimo guardapolvo,(debe medir por lo menos metro noventa) y ... su voz llenando la escena. La inmensa capacidad para pasearse en todos los estilos posibles en un mismo concierto, las versiones enlazadas y emocionantes de “Be my number two” y  “Breaking us in two” seguidas de una casi irreconocible de “Steppin out”. ¿Y el grupo? Las percusiones de Sue Hadjopoulos, la guitarra de Vinni Zumo, el excelente sonido del conjunto poco habitual en esa sala... parecía que estuviéramos escuchando un disco.


“We so tired of all the darkness in our lives
With no more angry words to say can come alive
Get into a car and drive to the other side.
We are young but getting old before our time
We'll leave the T.V. and the radio behind
Don't you wonder what we'll find steppin' out tonight”

Todavía no me olvido hoy del camino conduciendo para devolverla a su casa a unos cuantos kilómetros de Barcelona o como me perdí, todavía embriagado por su presencia, volviendo por una carretera comarcal atravesando unas famosas montañas, mientras resonaba en un reproductor de cassette “Shanghai Sky”. Recuerdo aún , sin necesidad de agenda, un número de teléfono que no volveré a marcar nunca más, porque la magia de una noche sólo dura eso y no se repetirá. Lo mismo le pasa a Joe Jackson hoy olvidado por casi todos, aunque sigue siendo un músico sublime y tarde o temprano la historia le rendirá el homenaje que merece.
Hace años también que no sé nada de ninguno de los dos (ni de ella ni de él), que giramos un recodo que nunca más nos volverá a juntar, que no hemos vuelto a hablar pero, siempre perdurará en nuestro interior esa noche mientras suenan los compases de “Wild West” o “My hometown”. En ese concierto ya nos dijeron una gran verdad sobre nuestra vida: “No puedes conseguir lo que quieres hasta que no sepas lo que es” .

sábado, 19 de noviembre de 2011

Aquí no es donde acaba la historia: The Sundays

En 1989, recién acabada la «mili», comencé a trabajar en una agencia de aduanas y transportes, en Mercabarna. Hacía de administrativo (igual que en Ceuta, en la «mili»), y compartía la oficina con un comercial que se pasaba la mayor parte del día haciendo su trabajo, es decir, fuera de la oficina. Yo escuchaba Radio 3 todo el tiempo y estudiaba para unas oposiciones (el trabajo lo hacía con la mano derecha atada a la espalda y en el tiempo que se da un suspiro). En 1988 hubo un disco fundamental en la oficina militar: Starfish, de The Church. En 1989, sonaban los singles de The SUNDAYS: reading, writing and arithmetic (1990).
Como me pasaba el día escuchando la radio y el teléfono lo pagaban Sucesores de Felipe Rey, participé en un concurso: adiviné una a una las diez canciones que habían puesto en El gallo que no cesa (programa satírico para partirse de la risa); me prometieron una cassette con esas diez canciones; nunca me la enviaron. Una era «Here is where the story ends».



The Sundays fueron un grupo que unía perfectamente el pop siniestro y celestial de Cocteau Twins con las panderetas y las guitarras aéreas de..., no sé, The Durrutti Column. Sí, creo que era un grupo de los ochenta, por más que sus álbumes se publicaran en los noventa (luego vendrían Blind, 1992, y Static and Silence, 1997). Reading, writing and arithmetic era un milagro. La voz de Harriet Wheeler parecía salida de una muñeca de Famosa con un ataque de melancolía; Dave Gavurin entrecruzaba las guitarras para rivalizar con la melodía, y la sección rítmica..., la sección rítmica daba una lección de cómo se levanta una canción pop para que suene a música imperecedera. Como los Smiths, pero en vez de simular que eres una tía emocionada, resulta que lo eres.
«Can't be sure», que había sido el single anterior era otra demostración de que no hace falta hacer una canción con estrofa-estribillo-estribillo para realizar una obra maestra pop: estrofa, estrofa, más estrofas, tensión hipnótica que explota en el estribillo y... final.



Algo parecido se podría decir para «I kicked a boy». Me encanta que suban y suban, y terminen con un acorde suelto, como diciendo: Y hasta aquí hemos llegado, mecagüen...



The Sundays representan el momento justo en que tuve que dejar de comprar discos (¡hasta me compré un maxi y un single!) y aceptar los cedés (segundo y tercer disco). Con estos dos últimos os dejo: maravillas nada lejanas al milagro de Reading, writing and arithmetic. El single de Blind lo hice girar hasta la saciedad (en la segunda cara, guau, «Wild Horses» de los Rolling): «Goodbye».





P. S. Y cinco años después, olvidados yo creo que por casi todos, pero afanosamente atesorados por unos pocos, llegó su último disco, y sus singles. «Summertime». Cómo se puede ser tan felizmente melancólico.



«Love».



2º P.S. Si serán buenos que hasta Nelly Furtado hizo un single que los calcaba (y las multinacionales siempre buscan caramelos de buen sabor, amigos, que no son tontos). Hipnóticos. Aterciopelados. Soñadores. Nostalgia de una hermosura que aún no ha cesado, pero que tiene el aspecto de un adiós.

martes, 1 de noviembre de 2011

Something/Anything? Todd Rundgren. Un doble de los de verdad.



Los discos dobles no eran nada habituales en los 70. La gente se lo pensaba seriamente antes de invertir en ello, tenían que ser muy buenos o tenías que ser muy fan para que te entusiasmaran y estar bien de dinero para comprarlos. El caso es que este joven de 24 años publicó en 1972 un disco doble en el que, en tres de sus caras, toca todos los instrumentos y hace todas las voces y va y le sale una obra maestra.

Yo conocía a Rundgren por su grupo Utopia, en el que exhibía dotes para la música electrónica y progresiva nada comunes en los músicos norteamericanos de la época. En un programa de RNE del que yo era habitual (“Para vosotros jóvenes”) nos propinaron completo su disco “Ra” (de hecho lo tengo en vinilo) y ahí me quedé con el nombre de su líder y vocalista.

Cuando empezamos a comprar discos leíamos con avidez las críticas de la revista “Vibraciones” y creíamos a pies juntillas en sus recomendaciones. Fue la crítica de este disco en esa revista la que me hizo comprarlo sin haber oído ni una canción, luego me di cuenta que sin saberlo ya había disfrutado de varias y eso os puede pasar si tenéis el acierto de oír alguna de sus canciones. El disco había sido reeditado en 1977 dentro de una serie llamada “Pioneros”. La verdad es que triunfó entre poco y nada en cuanto a ventas y visto su precio, nos hicimos con él de segunda mano en una tienda de la antigua calle Conde del Asalto (ahora Nou de la Rambla) que se llamaba Queraltó discos.

El disco (ahora están sus surcos siendo reseguidos por la aguja) pese a los años transcurridos ha soportado perfectamente el paso del tiempo y suena de forma francamente potable. La producción, también a cargo de su autor, es excelente. De hecho, Todd ha sobresalido más como productor de discos tocados con la varita mágica del éxito (“Bat out of hell” de Meat Loaf por ejemplo) que como intérprete para el gran público.

En su conjunto es una piedra angular de la música pop de la época.  La variedad de sus veinticinco canciones es amplísima y se suceden prácticamente sin interrupción como venablos lanzados de forma repetida que todavía estás intentando arrancarte de la piel cuando se te clava uno nuevo. La calidad es tan buena que durante meses sólo conseguimos oír la cara A del primer disco y no nos creíamos que el resto pudiera ser tan bueno, pero lo es.

El disco se abre con una de esas canciones pop magistrales que desde el primer compás declara que se va a quedar contigo para toda la vida. La voz y los coros sobresalen sobre la armónica música transportándote hasta un estribillo que debería susurrarse al oído de forma obligatoria ante determinados iris y pupilas “I saw de light  in your eyes”. El final de la canción con la pregunta “Can’t you see the light in my eyes?” deja claro que no siempre esa luz salta de forma recíproca en las relaciones humanas.


Las cinco canciones siguientes son... monumentales, cortas, cadenciosas, aparentemente sencillas en su instrumentación y todas diferentes. Llenas de toques personales, iniciadas como si las tocara todo un grupo o con voz de falsete usada medio en broma al final de algunas o con giros rítmicos en la parte central, algunas acabadas de forma casi abrupta como si estuvieran hechas a medias, dejándote con las ganas de su continuación. Todo lo opuesto a lo habitual en esa época de predominio del rock sinfónico, repleto de canciones largas, difíciles y, muchas veces también, grandiosas o monumentalmente aburridas. La cara A se cierra con otra obra maestra: “Sweeter memories”. Punteos de guitarra punzantes como lágrimas, un estribillo algo triste pero pegadizo y un solo final de guitarra emocionante. Difícil no volver atrás la aguja del “tocata” y reiniciar la audición por la primera.


La segunda cara se inicia con Rundgren  hablando de los diferentes efectos y sonidos del estudio y demostrándolos en nuestros altavoces. A continuación una canción instrumental premonitoria (“Breathless”), con predominio de teclados que podrían haber firmado perfectamente los OMD. Parece que el tono del disco va a bajar pero aparece una canción a ritmo de carrusel de feria ardiendo que nos vuelve a dejar expectantes y atónitos ante un nuevo estilo no vislumbrado previamente. Nuevos efectos especiales y vuelve el pop facilón, agradable y de gran calidad en “Saving Grace”, una canción que podrían haber firmado perfectamente los Hall and Oates. Le sigue “Marlene”, otra obra maestra en la que destacan unas percusiones preciosas (“I don’t need no fantasies... I don’t need realities”) y el canto del  autor a su dependencia de las gracias femeninas. Le sigue “Song of the Viking” una canción de esas hechas para cantar en el autocar yendo de excursión con el colegio. La cosa se cierra con “I Went to the Mirror” una de esas en las que ascienden de forma remisa la voz y el piano hasta un final con guitarras desordenadas.



El segundo disco comienza con novedades. “Black Maria” una canción que dura más de cinco minutos (la única del disco con esta duración) muy en la línea de los Utopia,  con unas guitarras y voces que podrían haber firmado muchos grupos de rock de la época, los Kinks por poner un ejemplo e incluso algún grupo del más puro heavy metal.  Otra vez la música de una feria, de mandolinas, introduce un nuevo giro argumental al disco con “One More Day”.  Las bromas preceden a una canción pop que podrían haber firmado los Beatles, incluso parece que Todd los parodia, como diciendo “Veis, lo puede hacer cualquiera”, imita claramente a Lennon en la voz solista y a McCartney en los coros y nos deja una pieza magistral "Couldn't I Just Tell You", precursora del power pop según algunos críticos.  La cosa sigue con una balada estremecedora “Torch Song”. El título es definitorio de un estilo como podéis comprobar si leéis la definición de “Canción antorcha” en la Wikipedia. Nuevamente para finalizar, una canción de guitarras y voz distorsionadas, casi recita más que canta, le acompañan los coros y unos sostenidos riffs de guitarra  y redobles de batería psicodélicos en la línea de Iron Butterfly (por ejemplo) que finalizan como un: “Ahí queda eso, si puedes y te atreves dale la vuelta al disco”.


Yo voy y se la doy y... no me arrepiento. La cara B del segundo disco es genial. Se inicia con un fragmento de una canción pop de los sesenta que suena como mal grabada en directo, parecen los Beatles de nuevo, de hecho hicieron una versión en su día de esa canción. Le sigue otro fragmento de un blues  también de los sesenta que cantó Rory Gallagher ¿Esto es lo que hoy en día se llaman “samplers”? ¿Otro giro argumental al disco? ¡No! Todd nos avisa “Here we go” y aparece todo un grupo colaborando exclusivamente en esta cuarta cara y el tono se eleva hasta el infinito, casi rozas las nubes. “Dust in the wind” suena limpia, pura, deliciosamente instrumentada, adornando los solos de guitarra (nada menos que Rick Derringer) con los del metal, saxo, trompeta y trombón (Barry Rogers, Randy Brecker y Michael Brecker) y unos extraordinarios coros. Y a partir de aquí nos sueltan entre cachondeo, risas, ahora empiezo, ahora no, ahora me equivoco para ponerte nervioso, cinco canciones de proporciones heroicas,  que parecen grabadas a pelo, en directo, tal como salen. Entre las que destacan “Hello It’s me” o “You left me sore” en una línea francamente pop, con estribillos pegadizos, cantadas medio en broma, para levantar el ánimo si no estabas fino.  “Some Folks Is Even Whiter Than Me" en más puro estilo Tamla Motown con unos solos de saxo nada habituales en el pop en esos años. El disco finaliza a ritmo de rock and roll con “Slut”. ¡Brutal! Dinero bien gastado. ¡Oye! ¿A qué esperas? ¿No lo tienes? ¡Sal corriendo a comprarlo! ... Igual no lo encuentras... Yo sí lo tengo (jajaja). Voy a volver a oír sólo esta última cara. Ya está sonando, perdona que me aleje, me gusta subir el volumen a mano, esta grabación no admite mandos a distancia. Lo siento por mis vecinos “A one, a two, a one, two, three...”