miércoles, 22 de mayo de 2013
David Bowie (con Brian Eno... y con Robert Fripp). Los "héroes" deberían llevar siempre comillas
(A continuación, un nuevo fragmento del libro que he escrito sobe Robert Fripp. ¡A ver si alguien me encuentra editor!)
«Heroes», no es por nada, pero vuelve a demostrar que Fripp es un guitarrista de rock de mucho cuidado (como en el «Baby is on fire» de Eno). Eso pensaba J. M. Cirlot mientras se concentraba en la portada del elepé y se preguntaba si había alguna portada de Bowie donde no saliera Bowie. Ahí está, con su chupa de cuero negro; es un plano del busto en escorzo, en blanco y negro, que le muestra con un peinado, en 1977, que llevarían todos los modernos en 1982; ocupa la mitad izquierda del cuadro y, como siempre, destaca la diferencia de tamaño de las pupilas, la fijeza de la mirada y, sobre todo, el gesto de las manos: con la derecha se cierra el cuello de la cazadora de forma protectora y sincera, y la izquierda se eleva ocupando la verticalidad de la otra mitad del cuadro con un ademán autoritario, rígido y, si fuera necesario, mandando a tomar viento.
Para Cirlot, la actitud de Bowie no es la de un frágil artista expuesto al vampirismo de sus devotos. Y eso probablemente atrajo a Fripp. Bowie tiene tal carisma que es él quien, por el contrario, aspira a exprimir toda la energía de su entorno, como en El ansia, la película donde encarna a una sanguijuela que se alimenta al ritmo del «Bela Lugosi's Dead» de Bauhaus. Fripp admira esa energía, al tiempo que la teme en las multitudes. A él le parece que Peter Hammill la ha descrito perfectamente en «Energy vampires» (la terrorífica canción de The Future Now), pero lo cierto es que Hammill consigue no sólo describir el ansia del fanático, sino devolverla con sarcasmo. Fripp sólo se atreve a prohibir que se fume en la sala, a prohibir los flashes de las cámaras, a prohibir... que exista el público (por mucho que comprenda que en la maravillosa Ciudad Suspendida, en ese espacio milagroso que se produce en la experiencia estética, se necesita el triángulo completo: música, músico y oyente). En cambio, Bowie encarna la fantasía del fanático y se yergue en el escenario, por encima del bien y del mal, y proclama su relación con el público: «Yo seré el rey, y tú serás la reina», sin turbación, con chulería de proxeneta parisino.
En Berlín, Eno y Bowie visten de luto riguroso; son dandis por la actitud, por la vestimenta, por la opción artística; viven y duermen ante un espejo; aspiran a ser sublimes sin interrupción. Fripp es una guitarra que razona y se emociona, pero aún no ha sido capaz de replicar el dandismo de sus compañeros, cosa que le hubiera servido de máscara de sí mismo y protección frente a la energía vampírica. (En 1977 apenas se ha quitado la barba y el bigote. Pero un año después ya lo conseguirá, pues en ese período de Impulso hacia 1981 se hace un corte de pelo que elimina los rizos y semeja un casco cibernético, usa traje y corbata y parece recién salido de una tienda florentina. Y comienza a hablar por los codos.)
―A ver, a ver, no nos pasemos... ―Fripp tomó la cubierta de «Heroes» en sus manos.
―No pretendo ser insolente, pero... no me diga que no hay un cambio de actitud entre el rey Crimson y el discípulo de J. G. Bennett ―se defendió Cirlot.
―Usted ni pretende ni deja de pretender, pero ahí lo deja, por si cuela. Así que no me venga con disculpas. En fin, lo que quería es llamarle la atención sobre las comillas de «Heroes».
―No se ponga estupendo, Fripp. No le dé más importancia. Al fin y al cabo, una palabra como esa siempre debería llevar comillas. Hábleme mejor de la música.
―Ah, usted es de los que creen que, de la música, se habla. Ande, tome ―dijo alcanzando a Cirlot un diminuto aparato y unos auriculares.
El detective siempre había pensado que Fripp sólo tocaba en las piezas cantadas del disco y sólo en la primera cara. Pero esa verdad era inescrutable, porque, una vez alterado por Eno, cualquier instrumento puede transformarse en un ventilador ambiental. Sin embargo, lo parecía. Parecía que la segunda cara integrase una suite de Bowie-Eno (incluida «Secret Life of Arabia»), en la que no fuera necesaria la participación de la característica guitarra de Fripp. Pero el agente no tenía pruebas que lo demostraran. Sólo el precedente de la segunda cara de Low, donde así había ocurrido ya con anterioridad.
En la primera cara, el guitarrista se luce: «Beauty and the Beast» es el descubrimiento del mugido y del zumbido industrial (cosa que Adrian Belew recogería con devoción como sustituto de Fripp en la consiguiente gira, y en sus apariciones con Talking Heads, y en su encarnación de edecán en la corte del Rey Crimson de 1981). La bestia quiebra los estratos de la corteza terrestre, rompe la cuadratura del ritmo, pespuntea a golpe de ventilador y hace que brote la lava del volcán. «Joe The Lion» muestra el dibujo de la guitarra como aliado del ritmo; teje una frase machacona que raspa y luego, en el solo, cose las frases con el vértigo de un remolino, para rubricar. «Heroes» es una brisa melódica; regala la melancolía de una historia de amor. ¿Qué dices? Y la guitarra trina y planea con voz de pájaro-flauta mecánico. En «Sons of the Silent Age» no hay rastro de los volatines frippenses. Y en el cortocircuito de «Blackout» se recupera la guitarra irritante de «The Night Watch», esa que siempre quiere meter sea como sea y a veces no le dejan; el zumbido industrial deriva de esa violencia y se enosifica, contrasta por completo con los ritmos casi bailables. Cortocircuito. Maestría. ―Oiga, Fripp, a mí me parece que con ese disco se da una ducha refrescante y sale como nuevo.
―Sí, sí. Ahí comienzo a sentirme completo y en camino. Me doy cuenta de que soy capaz de hacer pop. Y además me llevé un baño de autoestima muy gratificante. El señor Bowie es un hombre de excelente gusto musical, lo adoro. Pero no lo conozco muy bien. Brian Eno es mi amigo, hace años, y él es amigo de David. Pero, aunque yo a David lo considero un hombre muy atractivo, no tengo con él la misma intimidad que con Brian. Sin embargo, somos tres personas similares. Tenemos más o menos la misma edad, provenimos de familias de parecida extracción obrera. Los tres pertenecemos a esa raza perspicaz de artistas que se autopromocionan y hacen publicidad de sí mismos. Los tres aceptamos la responsabilidad de tener sentimientos, y por eso mismo tratamos de disfrutar sin necesidad de exponer o desnudar nuestros propios sentimientos. Los tres somos muy sensibles, y al mismo tiempo tenemos la capacidad de ser tan fríos y cortantes como un diamante pulido. En efecto, del mismo modo que el diamante, tenemos muchas facetas, y podemos ser encantadores, pero también tajantes.
domingo, 12 de mayo de 2013
Antonio Vega. Esperando nada
Ayer mientras caminaba sonaron consecutivas tres canciones. La primera de un cantante muy conocido y popular, de los que llevan años llenando recintos y vendiendo discos llenos de canciones pero vacíos de contenido. Era una de sus primeras canciones, una que me hacía temblar cada vez que sonaba allá por los ochenta, con una letra directa, sincera y desgarrada. Mientras sonaba comprendí porque ahora no me gusta. Sus letras actuales están llenas de "metáforas imposibles", abundan en palabras bellas engarzadas pero carentes de significado.
Le siguió una pieza del último disco de un cantante ahora muy de moda, que ha trabajado intenso para hacerse un sitio, que ha soportado muchos vaivenes y se ha mantenido siempre a base de canciones, muchas de ellas sobresalientes. Lamentablemente, no era su mejor canción, era una de esas que cuando suena en directo todo el mundo corea, pero que cuando te sientas a pensar, sólo tienen significado unos pocos versos, el resto sólo están de relleno. Luego la disfrazan con guitarras chirriantes para disimular que no tiene ni gota de voz y así sus palmeros dicen que lo suyo es "rock and roll"... ¡Bueno!... ¡Será!... Probablemente yo no entiendo. Me falta cultura musical sin duda. Sólo soy un simple aficionado, me dejo llevar por lo que siento.
Finalmente sonó "Háblame a los ojos" de Antonio Vega y se cerró el círculo. Un tiro directo a los circuitos más antiguos de la memoria, algo se conectó en mis sinapsis y alumbró la diferencia. Antonio no necesitó nunca de esas "metáforas imposibles" para sus canciones, decía las cosas directo y mirando a los ojos y en claro tono rockero. Yo diría que nunca quiso ser cantautor, que otros lo encumbraron como tal. Seguramente la crítica y algunos fans vociferantes sobrados de hormonas (casi siempre femeninas...¡Perdón!) y su merma en la voz le llevaron a esos terrenos de las afueras, alejados de los medios. ¡Pero como lidiaba al abrigo de las tablas! No salía más allá por timidez.
Antonio hizo siempre sus canciones por necesidad, para comunicar, para deshacerse de sus introspecciones y locuras... y también para vender, para tener dinero para sus vicios y para tratar su enfermedad. Cada disco le costaba entre tres o cuatro años, por eso sólo grabó cinco en quince años. Nunca intentó ser un "cadáver bonito" pero el título de este disco ya entreveía una despedida futura temprana. Esa que se produjo hoy hace cuatro años. Yo no lo recordaba, pero siempre hay alguien al tanto de las efemérides y un bloguero le dedicó hoy unas palabras y una canción de ese primer disco.
El vinilo llevaba sobre mi mesa desde ayer esperando ser seleccionado, en el dorso todavía viene la etiqueta de "El Corte Inglés" con su precio "PVP 1525", se puede ver perfectamente en la foto adjunta. Lo compré el mismo día que salió en 1991, no necesité ninguna apología para ello. En casa hemos sido seguidores de Antonio desde sus primeros días y seguimos y seguiremos siéndolo. Seguramente nos hemos identificado mucho con su introspección, con su dificultad para comunicar sentimientos al hablar, con ese barullo de pensamientos por dentro.
El disco, sin duda, es el mejor de toda la carrera de Antonio, por lo menos el más completo de cabo a rabo y el más rockero. También es el último que compré de él. No sé porqué, no lo recuerdo.
La segunda del disco es sensacional y la tercera y la cuarta y... Muestras de rock guitarrero de tamaño olímpico, impecablemente grabadas, como todo el disco. Para la historia.
Ya no sigo escribiendo más. No tengo palabras mejores que las suyas, sólo estaría dándole vueltas a palabras ininteligibles, a mundos paralelos, ahondando en mis metáforas imposibles (yo también las tengo). Os dejo las canciones para disfrutarlas, para que las comparéis con algunas de los supuestos rockeros actuales. Fue tan bueno que hoy hubiera sido un desconocido.
"Lo mejor de nuestra vida"
"Tesoros" Un baladón con Tino Di Geraldo en la batería. "Me inclino por dudar de los adjetivos, la verdad. "
"Síguelo"
"La última montaña" En una versión en directo esplédida, con toque bluesero que recuerda en su inicio a temas de los Allmann Brothers. Aunque le falla la voz.
"Se dejaba llevar por ti".
"Guitarras". Pues eso... lo que nos gusta a todos... seis cuerdas bien afinadas.
"Mis dos amigos"
"No me iré mañana". Premonitoria culminación. Se resistió todo lo que pudo a marchar. Adherencia salvaje a la vida.
PD: Hoy nos ha dejado Constantino Romero lo conocí como locutor musical en los años setenta en Radio Barcelona. "Sayonara baby". Su voz no nos dejará ni mañana ni nunca. Las voces dan confianza, respeto y veneración.
Le siguió una pieza del último disco de un cantante ahora muy de moda, que ha trabajado intenso para hacerse un sitio, que ha soportado muchos vaivenes y se ha mantenido siempre a base de canciones, muchas de ellas sobresalientes. Lamentablemente, no era su mejor canción, era una de esas que cuando suena en directo todo el mundo corea, pero que cuando te sientas a pensar, sólo tienen significado unos pocos versos, el resto sólo están de relleno. Luego la disfrazan con guitarras chirriantes para disimular que no tiene ni gota de voz y así sus palmeros dicen que lo suyo es "rock and roll"... ¡Bueno!... ¡Será!... Probablemente yo no entiendo. Me falta cultura musical sin duda. Sólo soy un simple aficionado, me dejo llevar por lo que siento.
Finalmente sonó "Háblame a los ojos" de Antonio Vega y se cerró el círculo. Un tiro directo a los circuitos más antiguos de la memoria, algo se conectó en mis sinapsis y alumbró la diferencia. Antonio no necesitó nunca de esas "metáforas imposibles" para sus canciones, decía las cosas directo y mirando a los ojos y en claro tono rockero. Yo diría que nunca quiso ser cantautor, que otros lo encumbraron como tal. Seguramente la crítica y algunos fans vociferantes sobrados de hormonas (casi siempre femeninas...¡Perdón!) y su merma en la voz le llevaron a esos terrenos de las afueras, alejados de los medios. ¡Pero como lidiaba al abrigo de las tablas! No salía más allá por timidez.
Antonio hizo siempre sus canciones por necesidad, para comunicar, para deshacerse de sus introspecciones y locuras... y también para vender, para tener dinero para sus vicios y para tratar su enfermedad. Cada disco le costaba entre tres o cuatro años, por eso sólo grabó cinco en quince años. Nunca intentó ser un "cadáver bonito" pero el título de este disco ya entreveía una despedida futura temprana. Esa que se produjo hoy hace cuatro años. Yo no lo recordaba, pero siempre hay alguien al tanto de las efemérides y un bloguero le dedicó hoy unas palabras y una canción de ese primer disco.
El vinilo llevaba sobre mi mesa desde ayer esperando ser seleccionado, en el dorso todavía viene la etiqueta de "El Corte Inglés" con su precio "PVP 1525", se puede ver perfectamente en la foto adjunta. Lo compré el mismo día que salió en 1991, no necesité ninguna apología para ello. En casa hemos sido seguidores de Antonio desde sus primeros días y seguimos y seguiremos siéndolo. Seguramente nos hemos identificado mucho con su introspección, con su dificultad para comunicar sentimientos al hablar, con ese barullo de pensamientos por dentro.
El disco, sin duda, es el mejor de toda la carrera de Antonio, por lo menos el más completo de cabo a rabo y el más rockero. También es el último que compré de él. No sé porqué, no lo recuerdo.
La segunda del disco es sensacional y la tercera y la cuarta y... Muestras de rock guitarrero de tamaño olímpico, impecablemente grabadas, como todo el disco. Para la historia.
"Lo mejor de nuestra vida"
"La última montaña" En una versión en directo esplédida, con toque bluesero que recuerda en su inicio a temas de los Allmann Brothers. Aunque le falla la voz.
"No. No me iré mañana. No. No sin algo más que ver. No me iré mañana. No. Aún es pronto para envejecer. No. No me iré mañana. No sin alguien más que conocer."
PD: Hoy nos ha dejado Constantino Romero lo conocí como locutor musical en los años setenta en Radio Barcelona. "Sayonara baby". Su voz no nos dejará ni mañana ni nunca. Las voces dan confianza, respeto y veneración.
viernes, 3 de mayo de 2013
Exposure. Una exposición de Robert Fripp
El agente Cirlot abrió los ojos después de oír como la aguja del tocadiscos tropezaba con el reborde de papel. Entonces se fijó en que, justo antes del papel, había unas palabras grabadas en el vinilo, como rascadas con una fina aguja; apenas se podían leer a contraluz. Era un aserto de J. G. Bennett: «El objetivo es libertad, consciencia y verdad» (detalle que sólo se podía comprobar en la primera edición del vinilo). ¡Pluk, pluk! Guardó el disco en la funda blanca donde figuraban impresos los créditos del disco, las explicaciones de Fripp, y las letras. Guardó la funda con el disco en la carpeta de cartón con la foto de Chris Stein sobre la proyección del vídeo de Amos Poe. Le dio la vuelta y vio la contraportada: la foto donde Fripp parece desconfiar de lo que pueda haber a su derecha. Cuando se giró hacia la mesa, para consultar con el protagonista, ya no había barra de bar, ni mesas. Tuvo que moverse a tientas, puesto que reinaba la oscuridad. Pero por suerte, los destellos de luz de una pantalla gigantesca le mostraron una platea de butacas. Allí encontró de nuevo a Robert Fripp.
―¿Qué es lo que temía en ese momento, señor Fripp?
En la pantalla del cine-club (ahora ya estaba cómodamente sentado en una butaca, junto al guitarrista, hipnotizados ambos por el resplandor de las imágenes), la carota de Fripp pestañeaba. Se trataba del vídeo que había hecho Amos Poe para la promoción de Exposure.
―Bien, esa contraportada..., la foto de esa contraportada pertenece a la serie que hizo Chris Stein mientras Amos preparaba Alphaville y mi propio vídeo, que puede contemplar usted mismo, ahí delante. Es una reproducción parcial de la foto, en realidad. En una de las tomas originales (que he mostrado en los archivos de mi compañía digital, DGM Live), se ve que detrás de mí, a mi derecha, está Natasha von Braun, la devora-incautos. Ella no está pendiente de mí, pero yo la presiento. Es como en una pesadilla en la que estoy a punto de darme la vuelta para contemplar, frente a frente, al monstruo.
―Ah, sí. Pero en la foto del Club de King Crimson, su mirada es mucho más dulce, yo diría que melancólica. Y Natasha von Braun (Deborah Harry) no parece muy interesada en hacerle daño. Más bien parece que le desdeña y que esté dispuesta a no mirarle más a la cara.
―Sí. Bien, en esa toma, en la que encarno a Lemmy el Cauto, es como si ya hubiera mirado al monstruo y hubiéramos vuelto a la posición de partida, como en una remake de las penas de Sísifo. Pero es imposible olvidar a la Medusa. Y se me nota la nostalgia triste, y el desengaño, y la frustración.
Cirlot comprendió que el guitarrista no tenía más ganas de hablar y se quedó pensando en sus últimas palabras: nostalgia, desengaño, frustración... Exposure era una obra maestra precisamente por eso, por su capacidad de mostrar las dos caras de la moneda: la belleza fugaz, el desengaño y la violencia de la frustración.
El disco es un collage expreso. Son trozos de vida arrancados del silencio y organizados para medir los altibajos del alma. No se aleja de un documental filmado en sonido donde se da una repaso a la vida sentimental de una pareja en medio de la esquizofrenia urbana y se ofrecen respiros de hermosura sentimental y espiritual.
«Tú me enciendes el cigarrillo» es una letra de Robert Fripp (autor únicamente, al parecer, de esta canción; del primer verso de «The Great Deceiver», de King Crimson; y de «Under Heavy Manners», del medio-disco homónimo). Es un rock and roll frenético cantado por Daryl Hall. Sin concesiones. El fraseo repetitivo es ligero, y cremoso. La canción desarrolla una especie de declaración de machismo lleno de humor, y se para de pronto para dar voz a Shivapuri Baba, una voz que interviene de manera milagrosa, porque en su brevísima sentencia consigue dar el toque aéreo que la levanta. «Breathless» es probablemente el mejor instrumental de heavy-Fripp que existe, junto con «Red», de King Crimson. La aportación del órgano y los frippertronics proveen a la música de una capacidad de elevación en el aire que la llena de riqueza en texturas. Provoca en el oído la sensación de que es pesada y ligera a la vez, de que es un tren de mercancías avanzando a toda velocidad hacia su destino, pero, al rodar por los raíles, el tren canta. «Disengage» continúa con el empuje glorioso de la anterior, pero ahora, además, suma la intervención melódica de la voz de Peter Hammill. ¿Melódica? La desesperación en su forma de vocalizar es propia de un demente. No es extraño que Johnny Rotten le tenga en el santoral. La canción habla de una situación extraña, como de juicio familiar en que el hermano pequeño va a salir escaldado y su institutriz será la que elija el instrumento de tortura. Jamás la palabra metáfora había sonado tan siniestra y jamás un grito había rematado una canción de esta manera, dejándote con el corazón encogido de miedo. Pero, gracias al cielo, llega el indulto; llega el reposo de una hermosura sin igual. «North Star» es una balada frágil, cantada de forma magistral por Daryl Hall. Guitarras cristalinas y paisajes de pedal steel que se extienden hacia la Estrella del Norte. Una belleza que tiene que llegar a su fin. A su fin. «Chicago». Un blues pesado, donde el shuffle lleva unos grilletes en los tobillos atados a una gran «bola y cadena». ¿Pero Fripp toca, de verdad, un blues? Sí. Irreconocible para los puristas, pero es un blues. Hammill sigue igual de sombrío, aunque ya no grita dentro de la celda acolchada, sino que analiza una relación de amor. Y tensa la cuerda, hasta que la voz se quiebra y brota el llanto. «NY3». Una grabación real de una pelotera familiar en la Cocina del Infierno, en Nueva York. La desazón y la cacofonía están a punto de romperte los nervios. El grupo, a toda máquina, y la alienación urbana a flor de piel. Ah, pero todo se arregla. Se necesitaba este respiro a la brutalidad de la vida moderna. «Mary» es la canción más hermosa escrita por Fripp desde «Book of Saturday». Es tan delicada que se permite hablar de la familia con dulzura, de la humanidad como algo amable. ¿Cómo pueden los frippertronics aportar este grado de dulzura? (ayudados por la aterciopelada voz de Terre Roche, que lo borda). Dios, qué maravilla. (La melodía, por otro lado, es de Daryl Hall.) «Exposure». Sí, la canción que dio lugar a todo esto. Pero no la canta Peter Gabriel, ni Daryl Hall, sino Terre Roche (dice en los créditos que su voz está fritched por Fripp, sea eso lo que sea). Es imposible alcanzar la meta sin sufrimiento. Y sufre, desde luego; cuando canta, sufre. Y la sección de ritmo pesa, pesa como una tonelada. Pero el groove funky de Sid McGinnis actúa para darle un toque sensual que la alivia, la engrandece. El grito de Terre Roche pone la piel de gallina. Eso es terror a verse expuesto, sin duda: Robert Fripp travestido en una joven asaltada en medio de un callejón oscuro. Sí, Fripp se expone en este disco, pero también nos expone a nosotros a sus miedos. «Haaden Two» es un collage de insertos de grabaciones de voces distintas y un fraseo musical que se dirige a ninguna parte. Un interludio de interludios. Un comerse las uñas en la sala de espera. Y según Eno, una progresión de acordes increíblemente patética. Al final, se parten el pecho. El histerismo estalla en carcajadas. Un compás de espera mucho más plácido. «Urban Landscape». Con ese título, ¿será verdaderamente plácido? Son frippertronics puros, dulces. Pero breves. De inmediato se da paso a la violencia de «I May Have Not Had Enough of Me But I Have Had Enough of You». Peter Hammill y Terre Roche se pelean por decidir de qué manera es esa manera. Un juego ingenioso que emula el una rosa es una rosa es una rosa, de Gertrude Stein. Un círculo vicioso en la pareja. Ah, pero a ella se le ocurre parar un momento y decírselo bien claro: «Estoy harta de ti». Otra parada para descansar del estrés. La «Música acuática», no la de Haendel, ni la de Telemann, sino la de los frippertronics de Fripp, acude para anunciar con la voz de J. G. Bennett que el calentamiento global llevará a una inundación de las principales ciudades costeras. Es una voz profética que habla desde las nubes frippertrónicas. Escuchemos. «Ahí viene la inundación» es la culminación del disco. Peter Gabriel canta esta extraordinaria canción. Apenas un piano y frippertronics. Un final sentencioso. Pero dentro de las lecciones de psicología, y filosofía, y sociología..., dentro de la muestra documental que es este disco, está la gran calidad de sus canciones. Como en este caso. La soledad y, sin embargo, la esperanza. Gabriel remata con una de sus mejores piezas. Y llega el epílogo musical, la segunda parte de la «Música acuática». Frippertronics como terapia sedante para la fuerte experiencia que se nos ha mostrado y que se nos ha hecho padecer y disfrutar. Música dulce, repetitiva como las nanas amorosas, y algo así como el planear de aves de grandes alas.
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