domingo, 15 de julio de 2012

John Martyn. Foundations. El día que los perros se volvieron locos.


Respeto. Esa es la palabra que me viene a la cabeza para empezar a hablar de John Martyn (no era su verdadero nombre pero así él lo escogió y nadie es capaz de afirmar que el que nos ponen al nacer es realmente el nuestro). 

Respeto porque es un artista de esos que lo reúne todo. Una voz excepcional que usaba sacándole el máximo partido, maestría para desgranar en sus letras historias originales que basaba en hechos y personas de la calle, que alcanzaban el sobresaliente cuando abordaba el terreno intimista. Los arreglos musicales de sus canciones alcanzan cotas que sólo se les permite a los clásicos, fue innovador arriesgando en  géneros musicales más allá de la guitarra acústica del cantautor o los arreglos rockeros inciados por Bob Dylan. Su disco “One world” de 1977 fue pionero en ese estilo. Ese respeto lo tenía bien ganado entre sus compañeros de profesión, siempre rodeado de los mejores y muy apreciado por ellos.

Tuvo una vida complicada, marcada por las enfermedades, seguramente muchas de ellas desencadenadas por las drogas, el alcohol y la mala vida. Dejó partes de su cuerpo amputadas en diversas operaciones (llegó a actuar en silla de ruesdas) y finalmente pagó con su vida la osadía hace pocos años.

Lo conocí a raíz de la crítica de “One world” en una revista, lo calificaban de obra maestra, la portada muestra una ola formando un círculo perfecto en cuyo centro yo creía ver un planeta. La verdad, cuando lo oí en esa época, no supe apreciarlo, seguramente me faltaba cultura musical, las canciones me parecieron recargadas, su voz parecía cansada, no fui capaz de ver la fuerza que contenía, me pasaron desapercibidos los ruidos de aguas y cascadas. Cuando lo recuperé pasados los años lo puede disfrutar de verdad. Desde entonces Martyn siempre está en mi iPod (cosa que no les sucede a muchos).

Entré de lleno en su música con este disco en directo de 1987. Lo compré en “El Corte Inglés” sin pensar, quise darle otra oportunidad en mi vida tras fracasar diez años antes. ¡Que decisión más acertada! En directo este cantante brilla por todos los costados, se exhibe con su voz rodeada por unos preciosistas arreglos. Un concierto para sala de mediano tamaño, para disfrutarlo sentado en mesa redonda, con una pequeña lámpara en el centro y una botella de cava o champagne recién descorchada. Si la sala está acristalada y permite ver las luces nocturnas de una ciudad cercana puedes estar a punto de experimentar una de las situaciones más conmovedoras de tu vida.

El disco se abre con “Mad dog days” de su disco “Sapphire”. Está claro por el título del disco, una piedra preciosa rara y cara. Nada más empezar ya sabes que va a ser buena, introducción con percusiones y saxo, se abre el estuche que contiene la joya y sale su voz.

“You don't see my dream, I don't see your romance
You make me feel like a dancer, but you don't care to dance
You see me hit the bottle, you hit the sack
I go ratbag racing on the flat of my back.”

¿Estás preparado para llorar? ¿Para sentir escalofríos de tristeza propia y ajena? ¿No? Salta la siguiente canción porque no podrás aguantar. Llega “Angeline” y su inicio ya anuncian el lamento desesperado que contiene. “Angeline ¿Oíste que estuve bebiendo?, ¿Te contaron que lloré?. Oh Angeline, dime en que pensaste cuando me viste tocando en la fría luz de luna.” De lo mejor nunca escrito y compuesto. 

Los tímpanos no se han recuperado todavía cuando el tono da un giro en “The Apprentice” escrita sobre una persona enferma que encontró en un pub de Londres. Los músicos aquí se emplean a fondo porque la voz lo exige y guitarras, percusiones y metales sacan un brillo excepcional a esta pieza única. 
Sin más descanso que los golpes que dan la cuenta atrás comienza otra de las canciones más aclamadas por el público “May you never” del disco “Solid air” de 1973 dedicado a su amigo Nick Drake que en esa época pasaba por un mal momento que desembocó en su muerte por sobredosis de antidepresivos.

“May you never lay your head down without a hand to hold. May you never make your bed out in the cold.”
 Una tregua para el público y desciende nuevamente el ritmo con la preciosa “Solid air” que en la copia original de vinilo no está. Apareció en una “Collector series”.  ¿Quién decidió no incluirla? Es uno de los momentos álgidos del concierto. Él la anuncia “For Nicky this one”. ¡Qué difícil debe ser vivir y respirar en aire sólido!

“Deny this love” es una canción que estrena en este álbum (igual que “The Apprentice” y “Send me one line”) no desentona en absoluto con las antiguas. Ritmo que si se acelerara un poco podría hasta haber entrado en una discoteca. A ver si alguien se anima y la versiona. Tendrá éxito.

El piano eléctrico y el bajo abren la cara “B” con una de sus mejores canciones de amor “Send me one line”. Si yo hubiera sabido cantar me hubiera gustado cantársela a alguien. El solo de saxo es hermosísimo.

“I know we never meet, I know you understand
Every shade of love and every dream I have to hide
With every day that slips away, I read your name again
And I try to push away the pain inside”

Un giro argumental declarando que es “John Wayne” un sueño que todos los de nuestra generación hemos compartido de niños. Misteriosa y con aromas orientales.  Le sigue otra con “Johnny” como protagonista “Johnny too bad” de su álbum de 1980 “Grace and Danger”. Me recuerda a alguna de las canciones de carretera del “Nebraska” de Springsteen. Asesinos que acechan en la autopista con malas intenciones.

El disco de vinilo lo cierra una versión. El cantante recrea “Over de rainbow”, la saca de la suavidad exagerada de algunas de las habituales voces de soprano y le aplica tratamiento de choque y si no fuera por la letra la deja irreconocible. La rompe y la recompone transformando una niña inocente en mujer adulta y ardiente. 


En el vinilo también está ausente “Sweet little mistery” que cierra el concierto en la versión de “Collector series” .  Otra de esas canciones de amor para solitarios abandonados que de vez en cuando hay que rescatar.

“Just that sweet little mystery that breaks my heart
Just that sweet little mystery makes me cry
O that sweet little mystery that's in your heart
It's just that sweet little mystery that makes me try.”

¿Qué pasa? ¿Qué no lo conocías? ¿Qué tiene un nombre vulgar y no te parecía interesante? Pues tú te lo pierdes si no sales corriendo a buscar cualquiera de sus discos para disfrutar. Yo lo voy a volver a poner... voy a repetir de inmediato estas dos del final.

jueves, 12 de julio de 2012

Cristina Lliso. Si alguna vez... vuelves a Barcelona, no te olvides de mí



Esta es una carta urgente enviada a lo desconocido.

Después de hablarlo varias veces con mi hermano, he tomado por fin la decisión de abandonar (no definitivamente) los discos míticos del ayer y pasar a descubrir algo que pertenezca a la actualidad o a un pasado reciente. Ha sido una decisión obligada por las circunstancias, es decir, por la confluencia del poso de lo vivido y la ilusión de nuevas fronteras. Ha sido el disco de Cristina Lliso lo que me ha hecho comprender hoy que no sólo de recuerdos se vive, sino de la propia vida que cada día sale rodando. 

Nunca antes había estado tan seguro de algo: las canciones necesitan ser escuchadas, y el inglés, para qué engañarnos, puede ser un problema. Cuando escucho las letras de Cristina Lliso, la experiencia y el placer se multiplican (como ocurría con Nacha Pop o con El Último de la Fila). Por supuesto, está el ambiente, la conexión a flor de piel, el embargo de sentimientos. Para eso no hace falta letra (si no, ¿cómo nos hicimos incondicionales del rock?). De hecho, eso ocurría a veces con Esclarecidos (su grupo de los 80 y 90), con los que hasta se hizo un concurso en Radio 3, a ver quién podía descifrar la letra de «Chop-suey». Pero sin duda el lenguaje, aunque apenas sean palabras lanzadas al corazón, hace que las canciones vuelen más alto. 

El reciente disco de Cristina Lliso me ha iluminado durante horas en este momento. Y ya puedo decir que será un disco que perdurará en mi discoteca, porque encima ha sido un reencuentro. Hacía muchos años que se hallaba retirada del negocio, a su aire. Y ahora nos saluda desde la lejanía, y nos lanza un disco de playa, un testigo de los años que la han curtido y la han hecho más sabia. Un disco de playa porque su producción es cristalina, fresca, propia de una soledad de verano. Y un testigo histórico porque quedará escrito que en 2012 se publicó una obra maestra de la música en castellano. 

Me recuerda, por cierto, el disco de Espido, el dúo gallego que salió de una excrecencia de Berrogüetto. Dios mío, qué injusticia. ¿Por qué parece que nadie sabe quién es Guadi Galego y Guillermo Fernández? ¿Por qué una obra maestra como Benzón, el disco en solitario de la primera, parece que haya pasado sin pena ni gloria? Al menos yo no me he enterado de su alcance. En fin, que no pase lo mismo con este de Cristina Lliso. 

«No viajas sola». Umm. Las escobillas. Suave trote, casi al paso (por la templanza en la voz de Cristina). Ese timbre grave, cazallero, de gran fumadora. Acogedor, cercano, cómplice.

 

«La duna de Pile» es una belleza. La producción musical asoma para trazar delicadamente tonos de color. Suso Saiz, menudo genio, menuda trayectoria musical (¡viejos tiempos!: cuando mi amigo Alberto me ponía sus primeros cassettes). 

«En otro mundo» es una canción cuya letra lo es todo. La música apenas es una excusa: un fondo de telaraña de guitarra que se mece en un ritmo ternario.

«Hola, amor» comienza con una especie de maravillosa caja de música que me recuerda a la Orquesta de las nubes. Y luego, la melodía crece a ritmo trotón hasta que es absorbida por nuestros tejidos. Magistral. Para siempre.

«Entre copas» es como una vieja melodía de los Esclarecidos. Pero ahora la concepción musical está muy concentrada. Nada puede sobrar. Nada sobra. Se alcanza una claridad que me recuerda la experiencia del concierto en la Sala Apolo (años ha), cuando presentaron Dragón negro. Una epifanía. (¿Alguien estuvo allí? ¿Alguien lo recuerda? ¿Nadie sintió una especie de comunión colectiva que hasta me puso el vello de punta?)

«Árboles». ¿Qué pasa cuando una canción es perfecta? Como si Vainica Doble y Jorge Drexler se dieran la mano. 

«Mirar la luna» parece otra vieja conocida: Mujer, qué alegría. Ven, ven, ven. Abrázame el alma.

 

«Otro día» es tan buena y tan cierta que hace daño. Con ésta queda demostrado que este es un disco dulce como un guante de acero. 

«Para qué prometes»... Pero si es que no hay ninguna floja. No la hay, todas son buenas. No, no: todas son buenísimas. Me gustan los coros del disco, de verdad. Y si no, para muestra un botón. Pero... ¿y si soñáramos con algo más negro, más mixto, más... Roxy Music? Uf, me pongo cachondo... De verdad, el final de esta canción es bellísimo... Pero, puestos a soñar: ¿Y si lo hubieran alargado ad infinitum como cuando Robert Wyatt o XTC se ponen estupendos y emocionantes? 

«Viernes». Fin de fiesta. Ironía, cómo no. Y un toque a lo Rosenvinge para que se vea que en realidad ya lo hacía Cristina. Gracias a Dios ya llega el viernes, gracias a Cristina Lliso y gracias a Suso Saiz y demás responsables subsidiarios.

Qué 34 minutos más bien empleados. Qué gusto volver a poner el disco. 

Claro, como es novedad, la muestra de vídeo es limitada, pero he aquí el disco entero en estrimin:

 http://www.rockdelux.com/audio-video/p/cristina-lliso-si-alguna-vez.html 

Y de regalo, una canción que me pone al borde de las lágrimas, tan sentida, tan bien interpretada (homenaje a Enrique Urquijo de Los Secretos): «Cambio de planes».