Mi hermano compró el primer disco de Magazine, Real Life, en cuanto salió. Fue por recomendación del Vibraciones. Uno leía una crítica y se echaba al monte. Y de hecho, años después, cuando todo el mundo (considerando el mundo como un espacio muy pequeño de aficionados al rock) decía maravillas del carácter seminal de este disco y del paso adelante que representaba con respecto al punk, y cuando alguien señaló que apenas se habían vendido un puñado de copias en España en 1978 (quizás se demoró hasta el 79, no me acuerdo), mi hermano declaró partiéndose el pecho que, entonces, él era uno de esos cinco o seis «afortunados».
Pero no fue fácil entrar en el «almacén» de Howard Devoto. Real Life era un disco muy variado, con canciones muy atractivas, pero también con piezas extrañas, que exigían repetidas escuchas (pero, ah, aquellos eran los tiempos en que los discos se ponían a girar una y otra vez, porque había que amortizarlos, porque uno se empeñaba en descubrir su secreto). A mí me hechizaba la portada del disco, y los títulos de las canciones. Pero algo en la mezcla hizo que tardara en degustarlo con absoluto placer. De hecho, tuve que realizar una operación retrospectiva: Cuando me rendí sin condiciones a su tercer disco, empecé a entender y a disfrutar de verdad el primero.
Si no me equivoco, el segundo y el tercer disco de Magazine sonaron en casa en cassette, por gentileza de algún amigo (años más tarde me hice con sus respectivas copias en cedé y en plástico). Y en este caso no hubo duda. Al menos, no la hubo para mí, sobre todo en lo que atañe al tercero: The correct use of the soap. En 1980 (quizá en el 81), en casa, sonó a todo volumen «A song under the floorboards». Era la misma época en la que el «Disorder» de Joy Division nos había encandilado. Comparad los fraseos de guitarra. Eso era crear escuela (en un curso donde no era necesario ser Jimmy Page).
A partir de ese momento, descubrí que la mezcla entre punk, teclados tecno y ritmo curvilíneo funcionaba de maravilla, y me hice incondicional de este disco, además, por la aparición de Laura Teresa en las segundas voces (porque si hay algo que tengo claro en este mundo, es que las segundas voces pueden definir una belleza que está ahí, en la canción, pero que sin los coros no llega a asomar. Es algo que me dejó patidifuso y absorto en el caso de Hatfield and the North y sus Northettes (Barbara Gaskin, Amanda Parsons y Anne Rosenthal), o más recientemente, con Absentee. Y ahora, con Laura Teresa, me sonaba a gloria eterna que me hurtas el cuerpo. Por favor, aquí no cabe todo, pero esa magia se multiplica en el primer disco en solitario de Devoto, Jerky versions of the dream: de lujo. Que no se queje quien no se dé por avisado).
En Magazine, el sonido frío impera; la voz es punk, se burla, recita, escupe y se retuerce; los teclados crean un espacio de nevera y terrenos baldíos, y se retuercen; el bajo rebota y baila, y se alía con la batería (simple, poderosa) para crear un entramado de ladrillo obra vista (pero lo destruyen y también vuelan), y se retuercen; la guitarra chirría y crea tejidos de agujas hipodérmicas. ¿Qué puede haber de atractivo en este paisaje? Pues esto: la verdad que transpira el contraste, la voluntad de trascender, la falta de vergüenza en el encuentro del pop, el hallazgo inesperado de una hermosura que hiere mucho más profundamente.
Si consideramos el terreno de la mitología, hay que subrayar la procedencia punk de Howard Devoto: los Buzzcocks, y también hay que señalar la explosión de John McGeoch en Siouxie and the Banshees, el adulterio de Dave Formula con Visage, y la rotundidad de Barry Adamson en los Bad Seeds de Nick Cave. Pocas veces ha estado tan claro que un grupo estaba formado espontáneamente por primeras figuras. Por otro lado, formaban parte del núcleo creativo de Manchester, junto a Martin Hannett (productor de este disco), Tony Wilson, Malcom Garret (diseñador de la portada de este disco, fea como pocas), Peter Saville, Morrisey, Bernard Sumner... Vamos, que Joy Division y los Smiths no salieron de la nada.
«Because you're frightened». Suenan a algo nuevo. De verdad, son originales. Entiendo muy poco de lo que dice, pero noto que se dirige a mí, que se expresa claramente. Sólo hace falta que me imagine el mensaje.
«Model Worker». Bueno, es post-punk, ¿no? Van a toda leche. Y de blandos, no tienen nada. Pero no son siniestros. Son otra cosa que anunciaba los ochenta, pero que era insoportable para la radiodifusión.
«I'm a party». Una delicia. El pop se hace aéreo. Aparece Laura Teresa. Nunca unas palmadas sonaron tan a tiempo. Hay una sensación de completo optimismo. Y una ruptura: el solo de saxo los aproxima a lo negro. Pero no. Son muy blanquitos y británicos, urbanos e intelectuales.
«You never knew me». La guitarra pone los puntos y las comas como a mí me gusta. Y llega una belleza invernal que se hiela a años luz del «Atmosphere» de Joy Division. No, aquí hay esperanza. El piano parte hacia un mundo distinto y luminoso. Laura Teresa consigue que esa esperanza no acabe en decepción.
«Philadelphia». John McGeoch, el maestro. Fue de los que se labró su destino a golpe de botella. Así es la vida. ¡Pero menudo riff! Esta canción cierra la primera cara como una losa. Hay desesperación. Pero es de las que recuerda el milagro de escuchar música y absorber el sonido de los teclados y cortarse con las guitarras y cabalgar con la sección rítmica que no para, que no para, que no para.
«I want to burn again». ¿Una guitarrra acústica! ¡WTF! Sí, descentrada, destripada, disoluta... Y caemos, y caemos, y caemos hacia el funk. ¡Cómo me gusta el sonido de Barry Adamson! Si esto fuera jazz, la peña estaría poniendo los ojos en blanco. Ya se acerca el cielo. Y quiero quemarme otra vez en él.
«Thank you (for let me be myself again)». ¿Decíamos funk? ¿Cómo es posible? En Nueva York, Robert Fripp jugaba con Blondie a versionear a Donna Summer. ¿Por qué no iban a hacer algo parecido los Magazine con Sly and the family Stone? Pero son bipolares: pertenecen al cuerpo y al cerebro, mitad y mitad.
«Sweetheart contract» (versión live). ¿Por qué comento un disco y luego pongo versiones en directo? Porque a mí me pareció un milagro cuando en internet pude presenciar lo que parecía imposible: las canciones de toda la vida delante de mí. Creo que aporta algo. En ésta se aprecia el equilibrio entre todas las fuerzas individuales de cada componente. Guitarrazos y duetos vocales. Ese equilibrio hace que Magazine sean muy especiales.
«Stuck» /I'm a party (live). Tremenda. Imparable. Arranca y muere a cada momento. Un nervio vivo. Adamson se sale.
«A song under the floorboards» (live). Impagable. Un diez. Parece after-punk y viaja hacia terrenos remotos. Ahora se ve más claro. Entonces te convencía su absoluta originalidad y su fuerza de expresión. ¡Qué grandes entre los grandes!