No recuerdo que tuviéramos Rumours (1977) en nuestra discoteca. Pero sí recuerdo que sonaba mucho por la radio y creo que teníamos la mayoría del disco grabado en un cassette. El éxito fue sonado. Y en aquel entonces no tenía ni la menor idea de que Fleetwood Mac hubiera sido un grupo de blues liderado por Peter Green (de hecho, me enteré después, en 1979 ‒cuando José Mª Pallardó aireó su disco In the skies‒, de que había sido su guitarrista, luego enajenado y encerrado en un psiquiátrico, pero entonces aún no era capaz de comprender la diferencia de estilo y sonido que eso significaba). «Albatross» era una canción que me sonaba familiar, pero que no asociaba con Fleetwood Mac.
Y tengo la idea de que en 1977 eran comerciales, demasiado pop. Sin embargo, me gustaban mucho. Después, años después, demostraron al mundo que se puede ser aún más y más comercial, queriendo sonar modernos y echando a perder un sonido maravilloso. Rumours es un disco fantástico. Era el límite. Historias de amor y desamor (concretamente la historia de cómo sus dos parejas se separaban). Melodías atractivas, arreglos perfectos, combinación de voces con gusto. Y Stevie Nicks envolviendo el paquete con elegancia. Negra mariposa. (¿Por qué hay gente que habla del «sonido» de los 80 y tuerce la boca? Porque gente como Fleetwood Mac se dejó seducir por la moda, en vez de dejar que los de los 80 sonaran como quisieran sin perder la propia personalidad.)
Ahora comprendo mejor su evolución. Ya antes de fichar a Stevie Nicks y a Lindsey Buckingham, podían sonar a Rumours (por ejemplo, en el Mistery to me, las canciones «Just Crazy love», «The Way that I feel» o la maravillosa «Why»). Pero también podían jugar a sonar a Boney M (demasiadas ganas de triunfar lejos del sonido blues). Precisamente por eso Rumours cobra una importancia especial, porque es el momento en que equilibran la inspiración, la maestría y las ganas de gustar.
«Second had news» es la fórmula Buckingham-Nicks para saber a qué atenernos. Una especie de marcha pop con la voz principal masculina (si gritara sería un perfecto Robert Plant-Ian Gillan) y Stevie haciendo coros, dando la réplica. La melodía es perfectamente tarareable, casi infantil, pero tiene una línea perfecta. Para fiestas de divorciados.
Entonces, amigos, dan un salto de fe y ponen como segunda canción «Dreams». La guitarra susurra; Stevie Nicks habla bajito, al corazón; del grupo brotan las pulsaciones. La melodía crece, crece y... «el trueno sólo suena cuando llueve. Los músicos sólo te aman cuando tocas». ¡Toma ya, Lindsey! Por si te creías que aún te hago caso. (¿He dicho ya que todas las letras tratan de las separaciones sentimentales entre las dos parejas del grupo?). Esta canción es tan buena que vale por todo el disco. Punto. Os vais a enterar.
«Never going back again». Bonita canción folk. Ejercicio de guitarra para expertos.
«Don't Stop». Ou yeah. Poderoso single. Para trotar. Dejemos atrás las penas. No te pares. El ayer se ha ido. No mires atrás.
«Go your own way.» Guitarra cremosa. Buena batería. Explosión de sentimientos. Ve por tu propio camino. La separación no tiene vuelta atrás. Guau, aquí se combina el estribillo con un solo de guitarra potentazo.
«Songbird.» Esta es para llorar, de tan bonita.
«Silver springs» fue un descarte. No estuvo en el disco original del 77. ¿Cómo es posible? (Me parto de risa:) Porque en los discos de vinilo no cabía más música. Ahora, en los cedés, sobra paja por doquier; pero entonces se veían obligados a desembarazarse de obras maestras como esta. Wonderful.
«The Chain.» Esta en directo es un espectáculo, porque es como si Lindsey y Stevie se dijeran a la cara un par de cosas. Potente. Es una sinfonía pop sin resquicios. Un crescendo imparable. Recuerdo que me ponía la piel de gallina cuando dice: «Ya no me amas, ni me volverás a amar, pero aún puedo oírte decir que tú no romperías nunca la cadena.» Uff, este tío sabe tocar la guitarra. Solazo. Final de harmonías vocales en todo lo alto. A tope. Obra maestra.
«You make loving fun.» Sensibilidad. Christine McVie, siempre más atemperada que los otros dos, siempre con un punto de sabiduría musical en los arreglos. Esta canción parece cualquier cosita agradable, al principio. Se te pega, después, con sutileza. Y al final resulta una delicia irresistible.
«I don't wanna know.» Está bien. Vale. Yo tampoco.
«Oh Daddy.» La buena de Christine, acordándose de Mick Fleetwood, el batería. El quinto en discordia, que mientras toca se pregunta: ¿Y a mí quién me ha dado vela en este entierro? Pues la de la amistad, papito. Gracias por estar ahí.
«Gold Dust Woman.» Bueno, hay que quitarse el sombrero. Canción libre, misteriosa, irresistible. Trata de la cocaína, por cierto; lo he oído de los labios de su compositora. Un poquito de psicodelia, un poquito de sentido del ritmo, un poquito de subidón y... la voz de Stevie. Grande.