Siempre son «Malos tiempos para la lírica», y 1983, el año en que cumplí 18, no fue una excepción. Barcelona era un caldero efervescente y cuando iba a la calle Platería me parecía estar a punto de tocar con la punta de los dedos la realidad de mi futuro adulto. Pero no sabía tocar la guitarra, ni cantar. En el Zeleste antiguo podía alcanzar (¡podía!) a Felt, Eyeless in Gaza, The Smithereens, Nacha Pop, Gabinete Caligari, etc. Y a Golpes Bajos.
Amigos, yo veraneaba a 40 kilómetros de Vigo. Por la tarde, tomaba un autobús de línea y recalaba en El Manco, en la calle Lepanto, muy cerca de la estación de tren. Era un bar de modernos. Como en Barcelona el Zigzag (El Manco de Lepanto, el Zigzag en Platón: conexiones misteriosas). Allí ensayaban, en un sótano cochambroso, los Golpes Bajos. Abrían a las cinco, creo recordar; yo me tomaba algo mientras el camarero o la camarera fregaban el suelo y les decía que había venido desde Barcelona para ver el santuario. Consideremos que yo era un niño. Consideremos que me tomaba una cerveza y no tenía dinero para más. Consideremos que debía tomar el autobús de vuelta antes, como quien dice, de que terminaran de fregar. Resultado: el mito, la fantasía. Me imaginaba cosas, pero no las tocaba. Cuando vi a Golpes Bajos en Barcelona le grité a Germán Coppini: ¡Nos vemos en El Manco! (Ja, qué más quisiera yo.) Él contestó: ¿Quién, quién?, porque debía de alucinar con que en Barcelona supieran de sus intimidades. Pero siguió el concierto y yo no he destacado nunca por atreverme a hacer vida social.
Hipocondría es una palabra familiar. En aquella época, me parecía muy punk eso de gritar «Estoy enfermo, cómo envejezco» cuando teníamos toda la vida por delante. Vaya, que las letras eran pura literatura. Golpes Bajos alcanzaba una calidad tan evidente que sólo necesitaron diez minutos para salir en la tele. Me sentía orgulloso de ver a mis héroes en la cima.
La manera de cantar de Coppini era sorprendente. Nada que ver con Ayatola tolá, no me toques la pirola. Canta como si a Frank Sinatra le hubiera salido un quiste en las cuerdas vocales.
«Lágrimas» es la aportación de Pablo Novoa, el hombre en la sombra. No le debieron de dejar meter mucha mano. El núcleo eran Cardalda y Coppini. Pero han pasado los años y Pablo Novoa, que sigue siendo el hombre en la sombra, le ha dado lustre a trabajos fundamentales de Iván Ferreiro y Josele Santiago.
Bueno, ahí viene el gran compositor. La grandísima canción de Antonio Vega, «Una décima de segundo», tuvo una versión maravillosa para piano y voz. Dicen que fue una mera casualidad. Se encontraron Teo y Antonio y... Bueno, pues la última canción del minielepé legendario de Golpes Bajos es una canción de igual rango. «Y es que nunca me acuesto sin no haber aprendido algo nuevo..., como alma en pena, encerrado en el cuarto de los huéspedes.» Coppini decía cosas con las que te podías identificar.
En efecto, yo me identificaba con las letras de Coppini. Aquí tenéis, de regalo, una de las canciones de su primer y único larga duración en versión clip-para-la-bola-de-cristal. Me acuerdo mucho de esta canción. Y he alucinado reconociendo el videoclip. Sí, sí, eso fue un momento de mi vida a través de la televisión. Qué «quillo» es el protagonista. Flipas con la estética de barraquismo gitanero. Parece una escena salida de Tiempo de silencio. Modernidad y pobreza. Así eran los verdaderos ochenta: soñábamos, pero Luis García, el bajista de Golpes Bajos, no tenía ni ropa para parecer moderno. Mirad la increíble contraportada del disco. ¡Lleva un jersey de lana que le podría haber hecho mi madre!
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