lunes, 30 de enero de 2012

Neil Young: Zuma, un excelente zumo de guitarras




La primera canción que escuché de este disco fue «Stupid girl». Estaba en un casete, grabada de la radio. Me encantaba corearla: Eres tan sólo una chica estúpida. Y creía que discutía con el otro sexo, cuando en realidad mi relación con las chicas se reducía a escuchar canciones que hablaban de chicas. Suena machista. Pero no me arrepiento. Las fantasías son libres. Y los klingon se aman peleando, o sea, que me reclamo inocente.

El caso es que es el primer corte de la segunda cara, y además puede ser un buen modelo para resumir lo que representa Zuma. Las guitarras suenan rugosas, con una suave distorsión. Es un medio tiempo. La melodía de la voz se despliega y cada estrofa ocupa su lugar. Los rasgueos rítmicos y los punteos de guitarra operan en esa melodía como alternativas felices. Si no fuera porque la chica estúpida va en un Mercedes Benz ejercitando su ego, pensaríamos que es un lamento contenido y hermoso. Las segundas voces (verdaderamente sarcásticas) no alcanzan a hacernos reír, porque la temperatura emocional se ha hecho incandescente. Eres tan, pero tan estúpida. Y la verdad es que no nos lo creemos, es imposible ver la estupidez por ningún lado, porque el lamento es tan sincero que enseguida se comprende que el insulto es puro despecho, pura (auto)compasión, y de ninguna manera un desprecio.


No hay canciones mucho más rápidas. Es un disco para degustar. No invita a la mera excitación, tampoco aplatana. Ofrece un camino intermedio ciertamente curioso. Volvamos al orden establecido.

La primera de la primera cara: «Don't cry no tears». Venga, no llores más por mí. No te apiades de un pobre celoso. ¿Quién te estará abrazando esta noche? La canción se las trae. Ritmo contenido pero insistente. Fraseos rítmicos que se meten en el sistema circulatorio. Insistencia del estribillo. Guitarras afiladas. (Esto de las guitarras de este disco es un tema aparte. Verdaderamente creo que cualquier aficionado debería tomar nota: por el sonido, por la pertinencia al pespuntear el tejido melódico, por la maravilla de no hacerse pesado. No es por nada, pero esta la toco yo con mi guitarra, y hasta he hecho una versión en castellano. ¿Alguien se anima a hacer un grupo de versiones de Neil?)



La siguiente, «Danger bird», es la canción tapada. Todo el mundo habla de la gema en el anillo de la segunda cara, pero el pájaro peligroso que habita los desiertos del Mojave egipcíaco que aparece en la portada es una piedra no menos brillante: «vuela en solitario, y cabalga sobre el viento cuando regresa a casa aunque sus alas se han hecho de piedra». Canción asombrosa, doliente, larga herida de ausencias.


Como continuación tenemos una pieza acústica, calladita, bien dibujada. Perdona, corazón, pero «cuando el amor discurre en la forma que debe, se siente tan bien. Te sientes tan bien, te sientes tan bien.»


«Lookin for a love» también es bonita y pequeña, pero más country. Coros celestiales.


El «Blues de la barra de bar», última de la primera cara, renueva el impulso eléctrico, en la onda de las dos primeras (pero mantiene cierto sabor country). De hecho, mirando la contraportada se puede averiguar cómo se construye este tinglado: las que llevan luna en cuarto creciente son electrocuciones controladas por Crazy Horse, las que llevan estrellitas son baladas.




En la segunda cara, después de «Stupid girl», viene la canción más rápida del disco, la más violenta. Pero no es muy rápida, y la violencia radica más en la rugosidad (digamos que las distorsiones son más duras) que en el ataque sonoro. «Drive back.» ¡Guau, eso son guitarras que se clavan en los oídos!


Y, por fin, la canción mítica, «Cortés, el asesino». Bien, no hay palabras. Maravillosa. Pero ¿por qué no aprenden de una vez los anglosajones a respetar un poco el español? ¿Qué es eso de Cortez? Pobrecillos, será ignorancia. En cuanto al asunto de la censura, cuando Franco apenas acababa de morir..., pues como no les parecía bien que al conquistador, Hernán Cortés, le quitaran, además de lo cortés, lo valiente, lo arreglaron llamando a la canción «Cortez, Cortez» (como se ve en la contraportada; y he leído que no la radiaron, pero a mí me suena que la teníamos grabada de la radio, igual que «Stupid girl»). En cuanto a la letra, es muy bonita. «Y las mujeres eran todas hermosas. Y los hombres eran firmes y fuertes; ofrecían sus vidas en sacrificio para que los demás pudieran continuar. El odio sólo era una leyenda, y no se conocía la guerra. La gente trabajaba unida y levantaba muchas piedras.» Historia idílica, vive Dios. Y, entonces, vino el diablo español y lo echó todo a perder. Hombre, no, tampoco es exactamente eso. Sin embargo, la canción es definitivamente una obra maestra. Largo desarrollo instrumental. Amigos, la guitarra canta, la guitarra llora. Llora gentilmente, sin duda. Y luego, el tono épico de la voz, que narra la pérdida del paraíso, pero sin altavoz, sin discursos. Neil Young sabe darle un aire a lejanos recuerdos, ominosos recuerdos.


Por fin, el anticlímax. Balada de anochecer en la playa. Son los Crosby, Stills and Nash más aflautados. La navegación, de Neil Young. «Through my sails.»


Resumen: 36 minutos y 34 segundos. Placer que se puede repetir sin demora. Es algo que los cedés han puesto muy difícil (¿cómo repetir 7o minutos y no tener algo que hacer?). ¿Que resulta corto? Pues, sí, es avaro. Pero recordad que sólo ser puede ser avaro con los tesoros.

domingo, 29 de enero de 2012

Van Morrison. “No Guru, No Method, No Teacher”. Mirando al jardín del Edén.


Arranca el disco y dice “¡Oh, yeah!” y ya te ha ganado para su causa, empieza a desgranar su historia lentamente casi hablando, con cierta pereza, con unos coros de fondo, y los instrumentos de viento (un oboe) que casi parecen más potentes que su voz, pero suelta “¡Aleluya!” y notas que está conteniendo su fuerza, que todavía no es la hora de liberarla. Y después de la primera canción empiezan los escalofríos, te sube la fiebre en la segunda y cuando empieza la tercera y comienza a emplearse a fondo, la voz ya caliente, como si fuera en directo, constatas que en realidad está rezando, que recita una misa dedicada a un dios invisible, arcano, que es el suyo y es el mío y tuyo y que cuando acabe el disco será el nuestro. 


 
Esa tercera canción en la que los metales se intercalan con la voz soltando verdades como templos (“And if you get it right this time, You don't have to come back again, And if you get it right this time, There's no need to explain”), abriendo caminos entre casas encaladas, de techos bajos y rojos preludia a la “Ciudad llamada paraíso” con todo el grupo sonando afinadísimo como fondo de unos bellos arreglos de cuerda mientras miras maravillado las calles y te inunda el gozo demostrado por la entrada potente de los metales y... Van baja el ritmo y recita otra vez contenido señalándote cada uno de los edificios de esa plaza del Edén al que acabas de llegar. Los músicos aceleran lenta pero incesantemente y él cada vez se esfuerza más para no chillar de alegría, ya lo hacen los coros en la parte central de la misa.



El piano anuncia el inicio del éxtasis, tintinea alegre en la introducción y “el Hombre” recita de nuevo un pasaje de ese libro sagrado que se abre al penetrar el templo y te advierte, te da admoniciones y consejos y... dice “All right” y sube el tono y ahora notas ese picor típico en las fosas nasales que anuncia que estás a punto de llorar sin motivo, de emoción, incluso de alegría, que sólo falta una pequeña vuelta de tuerca para hacerlo y él baja el tono para que te temples, para que decidas si abandonarte, si el sentimiento vale la pena, para que mires a los lados y te asegures que no hay nadie. Mientras, suben los teclados y él cada vez lo dice más fuerte y te rompe, te rompe, te quiebra, abre un profundo desfiladero en tu pecho. “All right”, para otra vez y lo dice más lento pero más seguro y serio al final.... ya sabes que no ha acabado la canción, que la han dejado a medias exprofeso, que la tendrás que oír o ver en directo (Yo lo hice) para saber porqué y qué has sentido. Pero el mensaje ha quedado clarísimo: "No Guru, no method, no teacher.  Just you and I and nature and the Father in the garden"


Dudas seriamente si dar la vuelta al disco, parece que haya acabado la eucaristía, yo lo he hecho obligado por tener que escribir sobre ello, pero reconozco que vale mucho la pena. Lo abre otra canción de voz contenida y orquestación elegantemente clásica, violines y flautas, mientras te habla de “Tir Na Nog”, un lugar remoto, la tierra de la eterna juventud, el equivalente irlandés del mítico Shangri-La. Las canciones toman un rumbo diferente a partir de aquí, quizás algo menos místico. Pero cuando en “Here comes the Knight” canta “Baby, baby, baby” antes del estribillo ya te convence de que “This love will surely last forever”.  Si ese momento te pilla mirando a unos ojos almendrados seguro que creerás que es la más bella del mundo y que ese sentimiento que, de momento, sólo asoma por las esquinas podría ser de verdad para siempre... Es lo que tiene Van, te lo crees hasta cuando miente. En algún sitio he leído que esta canción es un homenaje a WB Yeats  (poeta favorito del cantante) e incluso cita su epitafio que yo en la letra no encuentro. “Dirige una fría mirada  a la vida, a la muerte.  ¡Jinete, sigue!”

 
  
La siguiente es otra de las grandes del disco “Thanks for the information” aquí se emplea ya sin ningún tipo de retención, te devuelve el gozo por la vida, te hace feliz por los pocos minutos que dura. Parece que el fin de la ceremonia inicia el de la celebración. El final con la trompeta y saxo es simplemente definitivo.

“And it's wonderful and it's marvelous
How we can ever make it through
Sometimes I wonder how we can ever
Make it from day to day”


El disco podría acabar aquí pero todavía guarda dos piezas extraordinarias. “One Irish Rover” y la muy conocida “Ivory tower”, ideal para cerrar el disco con un tono optimista en los ritmos. En realidad te pide que bajes de tu torre de marfil para verle de verdad, para confirmar que es uno más que sufre. Te deja claro que eres tú el que mira desde arriba y que si te pones a su altura te darás cuenta de que sólo es uno más pero con una voz increíble.

“Don't you know the price that I have to pay
Just to do everything I have to do
Do you think that there's nothing to it
You should try it sometime”

lunes, 23 de enero de 2012

The Teardrop Explodes. ¿Te percatas de que sólo es un cuento?


¿Por qué jugamos al despiste con las portadas de los discos? ¿Por qué cambian a veces el orden de las canciones o incluso las canciones? Me molesta que las obras de arte (para mí lo deberían ser, aunque sea arte pop) no se definan a sí mismas. Me molesta que, al ser productos en venta, los empresarios decidan su envoltorio. Y me molesta mucho más que decidan su contenido. Pero esto mismo, sin embargo, les encanta a los coleccionistas, que luego pueden decir que poseen la versión de estos discos con las portadas de Inglaterra, de EE.UU., de España y hasta de Sildavia, o que en tal país quitaron una canción y pusieron dos distintas, o que en tal otro cambiaron el orden y añadieron el single, inédito en ese formato en el resto del mundo. Sepan ustedes, pues, que las portadas que figuran son las que conocí en su día y, por tanto, aquellas con las que los identifico.

Creo que fue Víctor Alcázar quien me dio a conocer a los Teardrop Explodes. La radio estaba muy bien, pero la mayor parte de la información que uno podía encontrar en aquellos tiempos procedía de los amigos y de «la» revista espezializada (en sus diferentes encarnaciones). Supongo que debió de ser allá por el año 1981. Echo and the Bunnymen tuvo un cierto éxito en España entre los entendidos (en efecto, salieron en el nº 1 de Rock Espezial), aunque no creo que el gran público escuchara a los Bunnymen hasta tres años más tarde. Ambos grupos habían salido de la misma semilla, e incluso compartían una misma canción en su primer disco («Books»). Pero pocos han escuchado a los Teardrop Explodes, así que se han quedado como un grupo de culto (esa expresión tan bonita que ya se utiliza para cualquier cosa que no se quiera vender a los niñatos).

Estos pasaron por el radiocassette antes de llegar a las estanterías en forma de LP. Su primer disco, Kilimanjaro, de todas formas, pronto comenzó a residir en nuestra discoteca. Pero el segundo disco, Wilder, sólo llegó a mis manos en propiedad años más tarde (ahora me asalta la duda, pero yo creo que no lo tuvimos en aquella época).

Lo primero que sorprende en Kilimanjaro son los metales. La nueva ola no los usaba. ¿Cómo iban a tocar la trompeta unos indocumentados punks? Ojito, porque junto a los metales ya sólo hacía falta poner a un negro bailongo y ya tenías música disco, la música más odiada por nosotros, los enteradillos. Pero no era el caso (al menos de forma descarada, luego lo escuchas mejor y... esos ritmos, esa repetitividad, esa voluntad pop...). «Ha Ha I'm drowning» no prometía felicidad en la pista de baile. «Ja, ja, me estoy ahogando en tu amor.» Me agobias un pelín, maja. «Pregúntamelo otra vez. ¿Que cómo me siento? Ja, ja. Me ahogas con tu amor.» Guitarras cortantes y teclados soñadores, misteriosos. La voz de Julian Cope potente. Los tambores taladrando con una rapidez inusitada (prominencia de los bombos; me sabía los redobles de memoria y los ejecutaba con las manos sobre los brazos del sillón). Muy raro, muy raro, como punk melódico con aspiraciones a soul. Y las pintas, nada punk; más bien se acercaba el tiempo de Aztec Camera y Haircut One Hundred (y de los new romantics, menuda ensalada).

Bien, resumamos este disco (buenísimo, pero me gustaría dejar espacio al siguiente): el bombazo era el single, «Treason». Amor: una puñalada por la espalda. ¿No te das cuenta de que es mentira? ¿Es real? ¿O es una traición? Melódicamente perfecta. Cantada con el tono de sollozo adecuado.



El siguiente sencillo del disco fue «When I dream» (sí, ahora recuerdo, ésta la tenía Víctor Alcázar en single de vinilo, y la cara B era «Kilimanjaro»). Me enganché al bah bah bah bah bah bah bah bah uoo uoh. Eran tiempos en los que me interesaba todo lo que olía a psicodélico, a secreto callado a medias. Un lado pop..., y el lado oscuro, pues eso, oscuro.


Con anterioridad, parece ser que habían lanzado otro sencillo, «Reward», pero yo me enteré de eso hace pocos años. Contundente. Un ejemplo de cómo las trompetas, de hecho, no molestan (hoy en día me he hecho adicto a los buenos arreglos de metal).


Así pues, quede lo anterior como presentación del primero de los Explodes y vamos con su obra maestra, Wilder, el segundo y último. Carrera corta, ¿no? Por ahí quedó un EP de despedida del que hablaré luego.


¿Sabéis una cosa? A veces, es el sonido, el «sonido» y no la organización de las notas o de los acordes; a veces son los meros timbres de los instrumentos lo primero que me atrae de un disco. El comienzo del disco tiene una batería rara, medio bombo medio caja, y unos teclados gorgoteantes. Los sonidos se disparan de pronto, como si no estuvieran compuestos, y se mezclan en el aire con impresión aleatoria. No sé describirlo. Pero te pone en marcha. «Bent out of shape»: «Vivir es un sueño, vivir es más de lo que sé. Cuando el fuego está lejos es el éxtasis, pero me pierde. Veo que es un bonito lugar. Sí, sí, está por todos lados.» Claro, no se entiende nada, pero en inglés suena muy bien. Y además, como empieza «All my love I been out of shape», pues uno ya se lo imagina todo.


«Colours fly away.» Otra del mismo tipo. La letra es de rollo iluminado, medio psicótico medio hindú. Pero a quién le importa. En este grupo importan más las frases sueltas, la sugestión de un estado de ánimo o de un relato intrigante.


Me callo la tercera canción, porque siempre me pareció un tostón insufrible. Son cosas que pasan. Te la saltas y ya está.

En general, la voz de Cope en Wilder es más aguardentosa que antes. La música deja más huecos, más espacio; suena más clara pero no menos decidida. Mezcla teclados, guitarras y batería de una forma tan sutil que no se notan por separado; no hay solos, no destacan, sino que se oyen como un instrumento colectivo. Si te paras y escuchas, entonces reconoces las partes de cada uno, y alucinas con lo bien que saben callar, con lo bien que saben decir únicamente lo necesario.

Faltan un par de canciones más, que no encuentro en internet, y luego...

«The culture bunker.»


La que me entraba a la primera: «Passionate friend». Sitar hindú, o similar. Melodía. Y el consabido páa pa pa páaaaa. Y eso es algo encomiable: que tarareen como cualquier grupillo pop... y no haya duda de su calidad. Es la primera de una segunda cara antológica. No sé por qué me viene a la cabeza la segunda cara del Closer de Joy Division: se aprecia la voluntad de hacer otra cosa, de ser más pacientes, de buscar texturas y ambientes. Magistral.


«Tiny children». Amigos, una novedad. En el primer disco no había rastros de esta sensibilidad con la boca pequeña, bajito, al oído. Esta es una lenta, sollozante, hermosa hasta lo indecible.


Y luego se pide caña, claro. Y la da «Like Leila Khaled said» (pero la versión del disco es más decidida, un poquito más rápida, más concluyente).


«The great dominions.» A falta de vídeo para «...and The fighting takes over», llegamos al final (pero no sin decir que es una maravilla de punteados de guitarra limpia, sin hacerse presente, sin querer hacerse la chula, solo llevando la canción de la mano: delicada, refinada, sonando a algo a lo que no estábamos acostumbrados). Sí, sí, y los grandes feudos. La última, y que yo asocio como un gemelo con la anterior. «De repente, vuelvo en mí. Una noche de fuego saca a la luz todas las huellas del sentimiento. Sólo me importa a mí, se me ve. Mami, me he peleado otra vez. Mami, me he peleado otra vez.» (Y cuando acaba, aparte de comprender que, además de hacer bailar, la música tiene el poder de curar, tengo la exacta certeza de que en el viejo cassette, después de este disco, sonaba «The great curve», de los Talking Heads, con un solazo de guitarra rinoceróntica de Adrian Belew.)


De regalo, la última publicación oficial de aquel entonces. La tenía también grabada en una cinta. Y hoy en día (teniendo como tengo los discos en cedé, con extras, etc., etc.) resulta que no puedo escucharlo como entonces. Fue un EP.

Y en él estaba «Suffocate», una revelación. Sus arreglos de cuerda me parecieron modélicos. Y sin embargo, no aparece por sus cedés. Se debe buscar atentamente en internet: versión de cuerda de Hugh Jones (inédita)..., ¡pero qué inédita ni qué...!, ¡si yo la tengo en cassette desde hace treinta años!

sábado, 21 de enero de 2012

In the land of grey and pink. Caravan. Vino de Invierno.



Otro de esos discos que compré sin haber oído ni una canción. Una simple recomendación de un amigo fiable durante la clase de Fisiología y me lancé a por él. El formato de su edición en nuestro país es original. Por el precio de un disco nos vendían el segundo y tercer trabajo de esta formación de música Canterbury.  Los dos discos venían bajo el título de “In the land of grey and pink” (1971) pero en realidad éste es el de uno de los dos. El otro se titula “If I could do it all over again I’d do it all over you” de 1970. Sea como sea fue una gran adquisición.   

Ambos se componen de canciones de larga duración con largos períodos instrumentales, (grandiosos los teclados) entre los que se intercalan las voces, especialmente bella la de Richard Sinclair y muy contundente la de Pye Hastings.

Entre las canciones que he oído más veces de la primera cara de “In the land of grey and pink” está “Winter wine”. Llevaba muchos años sin oírla y hoy me surgió de pronto la idea de ponerla. Es una de esas canciones para rebozarse en recuerdos de años pasados, de mañanas invernales soleadas, que sugiere silenciosos poemas de amor nunca escritos o olvidados en algún altillo. Una canción para poner colores a los sueños.

“Life's too short to be sad, wishing things you'll never have
You're better off not dreaming of the things to come
Dreams are always ending far too soon
Sounds of a distant melody, once played, lost from memory
Funny how it's clearer now, you're close to me
We'll be together all the time”


La segunda cara la ocupa en su totalidad “Nine feet underground”. Larguísima canción compuesta por ocho secciones. Vale la pena oírla relajado en un sofá, solo o tomando una copa con buenos amigos y si fuera posible fumando (fumando mucho). Se inicia con un intenso diálogo jazzístico entre los teclados y la guitarra perfectamente acompañados por el bajo y la batería y cuando menos lo esperas aparece la voz de Pye Hastings. 

“What I see I know is real, what I touch I know I feel
All my love goes straight to you, all my love is you...” 

Posteriormente largos fraseos psicodélicos sobre un fondo rítmico excelso, aptos para intensas humaredas, te conducen poco a poco hasta la voz de Sinclair entre viento y gritos, precedida de un solo de guitarra acompasado por unas congas, seguido de teclados atmosféricos intercalados. El cantante te avisa de que entras en un sitio en el que se oye cantar al viento. Quizás no quisieras entrar, pero te ves atraído drogado por los efluvios musicales, rodeado de conversaciones que oyes lejanas y del vértigo. Y caes. Caes profundo y cuando estás a punto de ahogarte te rescata un redoble de batería y la habilidad de teclista y guitarra te devuelven al mundo de los vivos. Fuerte golpe en el pecho y masaje cardíaco con el último golpe de batería que te ponen de nuevo en el suelo.

“Songs of happiness I know, and it brings it all back again
Somewhere deep inside of me, there's a song that I can sing
Jigsaw puzzles on a tree, and it brings it all back again
Will the day be warm and bright, or will it snow?
There are people waiting here who really want to know” 



El otro disco es una de las piedras angulares de la música Canterbury. La cara A de “If I could do it all over again I’d do it all over you”  sólo tiene tres canciones y únicamente una es corta, las otras dos duran once y dieciocho minutos respectivamente, ninguna de las dos tiene desperdicio. A mí me gusta especialmente “And I wish I were stoned. Don’t Worry” sobre todo por los coros de su parte final.

En la cara B las canciones se suceden sin solución de continuidad. Aparece “Can’t be long now” otra de esas piezas con varios movimientos características de este grupo. Se inicia con la voz de Hastings introduciéndote lentamente a un paseo por un bosque sobre un fondo de flauta al que poco a poco va sobreponiéndose el bajo hasta instaurarse un ritmo acelerado de teclados, guitarra y saxo como si huyeran de algo, luego parece que llegas a un claro de bosque, ausente el peligro, con la flauta de fondo como el rumor de un arroyo. ¡Que bien suena el bajo en este pasaje! Y vuelve el saxo en las manos de Jimmy Hastings para estremecerte de nuevo, corres  y saltas con los riffs de guitarra hasta el final de la canción y...Ahí surge de la nada, cuando parece que se ha acabado el disco, una joya de casi minuto y medio que vale tanto como una de media hora. La he puesto muchas veces aisladamente sólo para disfrutarla. Se inicia a lo lejos con el volumen bajo, se oye muy poco la voz y  las percusiones (probablemente unas maracas), mientras alguien invisible va girando el mando de volumen y aparecen los platillos y una suave guitarra rítmica con el bajo y leves toques de teclados. Todo ello acompañado de una frase hipnotizadora de Hastings que se parece como nunca a Robert Wyatt (Muchas veces he pensado que es él el que canta). Cuando ya se juntan todos los ingredientes, la flauta sustituye a la voz y acaba la canción diluyéndose poco a poco hasta que solo queda lejano, otra vez, el movimiento de los palillos buscando en el aire los platillos y las remotas percusiones. ¡Que ganas de volver a ponerla! ¡Voy a ello! Si las canciones largas te incomodan, oye ésta de minuto y medio y luego te lo piensas de nuevo.

miércoles, 4 de enero de 2012

Radio Futura - La literatura se hace pop


Como sé con seguridad que, en un acuerdo tácito, si tuviéramos que repartirnos entre hermanos a los dos grupos de pop-rock más importantes del panorama español, él preferiría quedarse con los Nacha Pop, yo voy a continuar la senda de Moris con Radio Futura.

¿Exagerado decir «los más importantes»? Toda afirmación es exagerada para un gallego, y aún más para alguien que ni siquiera alcanza a serlo. Sin embargo, cuando los Radio Futura de «Enamorado de la moda juvenil» se rompieron y la casa de discos puso obstáculos para que siguieran su camino natural, nació algo que estaba a años luz, y equidistante, del pop español de guateque y del rock urbano de Leño.

Leí en algún sitio, seguro que en RockEspezial-Rockdelux (herederas de Vibraciones), que Santiago Auserón se había recluido en un desván de Londres y se pasaba los días escuchando a Magazine (cuyo primer disco compró puntualmente mi hermano. Ah, ¿uno de los cuatro que se vendieron?). ¡Jo!, a mí me pareció una imagen arrebatadora y envidiable. Ay, ay, pero esos no eran obreros como Moris. Si podían ir a Londres a comprar discos de moda (¿eh, pegamoide?), entonces es que papá y mamá se portaban bien (qué queréis que os diga, se me ha enquistado el rencor social). Bueno, lo cierto es que la cara B de «Diviina eres túúúúúúúúúú» merecía la pena, y mucho. ¿A qué apuntaban los Futura? «Interferencias» lograba deslizar un mensaje: las guitarras sirven para tocarlas.


Y atención. Las letras. ¡Por fin, por fin alguien que sabe lo que dice! ¡Por fin alguien que podía cantar en castellano sin hacer el ridículo! Claro que eso se lo debemos a muchos grupos pioneros y a la moda y aceptación de que no todo era jei, beiby, ai lof yu, wan chu wan chu y roc-an-rol, pero reconozcamos que Santiago Auserón es un escritor como la copa de un pino (a ver, ¿quién ha sido capaz de componer una obra maestra como «Annabel Lee» y adaptar el poe(ma) de Poe con tal absoluta solvencia?).

El conflicto con la casa de discos les hace publicar un par de singles y airear las maquetas de sus nuevas canciones sin publicarlas oficialmente. «La estatua del Jardín Botánico». Claro, ahora es fácil decir que rompió con la pana. Pero entonces, cuando aún no habían firmado con una nueva casa de discos y sólo unos cuantos enterados estaban al loro de cada canción nueva que salía, fue heroico asistir al concierto que dieron en las fiestas de la Mercè de 1983, teloneados o teloneando a Esclarecidos, y ambos teloneando a... no me acuerdo quién. Yo me desgañité pidiendo la canción más rara que conocía de ellos (soy así, qué le vamos a hacer: la cara B de "Dance usted"): ¡Tus pasos! ¡Tus pasos! Y Santiago Auserón dijo: Hay sonidos que cruzan mi mente, son... tus pasos. Y la tocaron (claro, que no tenían muchas canciones, o sea que las iban a tocar todas).

La cara B de la Estatua era «Rompeolas», menudo temazo. Amigos, a estas alturas, en que además hasta La Bola de Cristal de la tele promovía la movida, estaba rendido.


En 1984 sacaron su «primer» disco largo como reencarnación, y allí estaban todas las mezclas. El cóctel que desee el señor, sí, sí, más rockero, más salsero, mmmm, igual de bueno. La ley del desierto/La ley del mar es un discazo. ¡Pero si hasta incluye una foto de Juan Rulfo! Eso sí que es estar enterado. El mítico autor de la novela Pedro Páramo, ¿fotógrafo también?. Pues sí.

La ley del desierto es la cara A y ... ¡Pero qué estoy diciendo, si media España y parte de América lo sabe perfectamente todo a partir de este momento: «Escuela de calor», «Semilla negra», «Un africano por la Gran Vía»... Sólo querría apuntar, en la cara A, «Historia de play-back»,


y en la cara B, la más grande canción escrita en..., voy a dejar de exagerar, pero si he soñado alguna vez con ser rico y donjuán, esta es la canción que lo ha provocado. «El nadador.» «Quizá mi alma es un frasco vacío, pero mi cuerpo es un río. Como un buen nadador, aprovecha la ola.» Jo, y bien que la aprovecharon.

martes, 3 de enero de 2012

Moris. El argentino que puso a Madrid en el mapa musical.


Barcelona era la ciudad legendaria del país en cuanto a lo cultural durante la dictadura. Todo lo brillante del panorama literario y musical sucedía en nuestra ciudad. Madrid era una capital lejana, sin mar (grave defecto), gris (como la policía franquista), caótica, llena de ministerios y militares y poco simpática. Una ciudad exenta de poesía y de atractivo para la juventud.

Moris, un rockero argentino que recaló en el foro casi por casualidad puso a Madrid en órbita en cuanto a la música moderna y, en mi opinión, fue la punta del iceberg de la que luego emergió la “movida”. Supongo que no lo pasó bien durante sus primeros tiempos. Pensiones, comidas de menú, poco dinero y añoranza. Mientras tanto, se dedicó a pasear por la ciudad y descubrir detalles y rincones hasta entonces desapercibidos y con sus canciones puso la primera piedra para que esa ciudad sustituyera a Barcelona en cuanto a lo más moderno del horizonte musical en los ochenta.

En Barcelona abundaban los grupos serios y sesudos, con músicos excepcionales que hacían la música denominada “laietana” (algunos de ellos un coñazo de tipo “cultureta” y “progre” que el tiempo puso poco a poco en el lugar que les correspondía) otros hacían música bailable y salsera y por otra parte teníamos la “nova cançó”. Vamos poco rock and roll y bastante aburrimiento salvo que a veces había que correr delante de los grises después de los conciertos. Madrid estaba entre igual y peor, algunos grupos que hacían “heavy rock”, pop convencional y aburrido y los Burning que por entonces cantaban en inglés y estaban a punto de dejarnos clavados con “Que hace una chica como tú en un sitio como éste”. Los Tequila (que tocan los instrumentos en este disco) eran un grupo para quinceañeras que en casa despreciábamos infinitamente.


El disco en vinilo ya no existe en mi discografía. Me parece que mi hermano lo vendió o cambió (como muchos otros). Como teníamos poco dinero era una manera de renovar la discografía, aunque a veces tenía como inconveniente que te arrepentías del cambio y ya no tenía remedio.  

Yo lo compré por canciones como“Rock de Europa” en la que Moris con todo el descaro declaraba que “Mucha ideología pero pocas tías”, toda una declaración de intenciones para un varón atontolinado por las hormonas como yo en esa época. También me gustaban “Sábado a la noche” y “Zapatos de gamuza azul” que, aunque sonaban a versiones de canciones clásicas de Chuck Berry, daban ganas de ponerse cazadora de cuero o vaquera, botas camperas y salir a bailar como loco (cosa que no intentaba porque se me daba francamente mal la coordinación de movimientos).  Algunas exhiben un descaro poco habitual en canciones en castellano de esa época como en “¿Qué dije?”(“Y te preguntarán. Nena te han tocado y tú contestarás. Sí, mamá en todos lados”) o “Rock del portal” (“Un chaval en un portal de la calle principal amenaza derrumbar las paredes del lugar. La chavala no está mal y parece disfrutar del empuje de nuestro campeón”.



El disco es sobresaliente en especial en sus baladas, todas ellas con referencias a la ciudad y sus calles (Bravo Murillo, Plaza Castilla, Princesa) como es el caso de “La ciudad no tiene fin”; “Tarde en el metro”; “Nocturno de princesa” y “Balada de Madrid”. Algunas de ellas las podría haber firmado (con todos los respetos) el mismo Sabina. Son canciones de persona del pueblo, de obrero, de rebelde, de hombre solitario y pobre. De tío sentado en un bar escribiendo lo que ve mientras apura un cerveza tras otra. Otra diferencia importante con los grupos de la escena catalana que de proletario no tenían ni el nombre.


“Y escribo y describo lo que voy mirando. Los Beatles ya viejos mirando a la gente. Mil flores de plástico, un disco fantástico. Y Drácula que mira a King Kong con ira y el Che Guevara gira que te gira.”


En definitiva, música creíble, del pueblo y para el pueblo, con un toque de rebeldía muy adecuado para la época y que influyó en la aparición de algunos de los grupos más importantes de la “movida madrileña” a punto de eclosionar. 



“Pero nada es perfecto y menos esta canción, pero igual te la canto, te la canto y me voy”

Ahora voy a volver a escuchar la “Balada de Madrid” que me recuerda a algunos jóvenes de mi barrio jugando a las tragaperras, a emigrantes trabajando de madrugada, a solteronas esperando todavía el amor, a resaca desesperada, a juventud perdida trabajando en una oficina, a sueños nunca cumplidos y que ya no volverán.


“Ya es muy tarde en la Gran Vía. Sin pasta no hay alegría y con pasta porquería. Mejor me voy a dormir. En Madrid despierta el día”.