domingo, 30 de noviembre de 2014

The Velvet Underground. Jesús, Luis y el bajonazo (1969)






Cuando compramos este disco, creo que no conocía mucho de la Velvet. ¿Lo he confesado ya en alguna otra ocasión? Mi ignorancia era casi modélica, y lo que a mí me ponía las pilas era el Rock and Roll Animal. Entonces era Navidad (en muchos de los mitos, entonces era Navidad; por ejemplo, cuando me dejó el primer disco de The Church mi amigo Víctor); entonces era Navidad y afuera brillaban las lucecitas y los escaparates de las tiendas. A lo mejor mezclo los tiempos..., pero no, para mí «Candy says» era «Sunday Morning» y «What goes on» era «Sister Ray». Había leído algo sobre la aventura ruidista y las letras sobre mundos barriobajeros, pero The Velvet Underground era el primer disco del grupo que escuchaba con atención. 

Mi hermano había pescado «That's the story of my life» en la radio y había decidido que era algo que valía la pena. El disco se acomodó en el plato y la aguja cayó en los surcos. 

Y sonaba raro. Sonaba a habitación cerrada. Sonaba a que la Navidad era para los demás. Feliz Navidad a todo el mundo, por cierto (pero no sé por qué, si eso es imposible hablando de este disco y cerrando con «After Hours»). Sonaba muy arriesgado, desnudo, como si un cantautor mostrara la paleta de colores con los que puede trabajar y decidiera acabar en blaco y negro y deprimido. 

Eso sí, no me pareció incendiario, ni adelantado a su tiempo, ni vanguardista (me empeñaba en escuchar «The Murder Mystery» y teñir el resto del disco con ese color, por si el blues, el rock anfetamínico y las baladas adquirían una pátina de prestigio suplementario). Pero me parecía un gran disco. Hipnótico. Casi conceptual. Y así ha seguido hasta hoy. Para mí, por encima de la banana, por encima del ruido blanco, está este tercer disco (que para mí era el primero), y no digamos sobre el cuarto, puesto que faltaban años para que lo escuchara, y encima jamás se repondrá de que «Sweet Jane» y «Rock and Roll» ya estuvieran antes (anacrónicamente) en el Animal de Lou Reed. 

¡Qué dices, chalao! 

Pues lo reitero. No puedo debatirme durante años en decidir si «Candy» es Doug Yule o Lou Reed, o si me debo arrepentir por pensar que era una canción de soledad femenina (cuando resulta que habla de Candy Darling) y luego, como si nada, decidir que es un disco menor. Y ya no me importa que John Cale no esté, pues también me he cansado de forzar la felicidad de las parejas felices. 

Sí, la emoción es superior a la inteligencia en materia de música. Yo no entiendo muy bien (ni medio bien) lo que dicen las canciones. Lo que tengo son relaciones con los discos. Y mi relación con el primer disco de la Velvet es nula. Es un disco que jamás he tenido. Lo he grabado, lo he vuelto a grabar, y me lo he comprado en caja de lujo con banana lentamente peladiza; pero jamás me he enamorado de él como de éste. (Ojo, de sus canciones sí. Perdidamente.) 

Es lo que hay. Si queréis, puedo rezar: «Jesus, ayúdame a encontrar mi sitio..., porque estoy cayendo en la desesperación»; o si queréis, puedo ya despedirme: «Si cierras la puerta, la noche podrá durar para siempre... y nunca volveré a ver la luz de nuevo.». ¡Vaya, desde luego es un disco de habitación cerrada! Un disco como para meterse en un armario y mezclarse con los abrigos. Meterse en el armario y ocultar que uno es incondicional de esta gran obra maestra.









Para quien guste de poner la aguja y que se deslice unitariamente hasta el final, aquí el disco entero.

 

 Para quien quiera hacer la degustación canción a canción a canción a canción.

 

domingo, 23 de noviembre de 2014

Counting Crows - Un largo diciembre en ciernes

"The smells of hospitals in winter. And the feeling that it's all a lot of oyster's but no pearls"

Los "Counting Crows" podrían haber pasado a la historia tranquilamente como un grupo "one hit wonder" después de su primer disco y la canción "Mr. Jones". Un éxito de esos que dan para retirarse a vivir tranquilamente para siempre, de los que dejan el listón tan alto que te puedes pasar la vida imitándolo. No sólo pasa en la música, también en la literatura, en el cine y en cualquiera de las artes e incluso en muchas otras profesiones. Les pasa hasta a los deportistas.

Este tipo de "pelotazos" tienen su lado oscuro. Muchos de estos artistas se diluyen con los años, sólo aparecen en las fotografías de las fiestas y poco en los escenarios, algunos se ahogan en los charcos mientras siguen lloviendo dividendos de los "royalties" por todos lados.

El primer disco de los "cuervos" era de los de empaque, el puñado de canciones construidas alrededor de la de gran éxito era sólido, variado, prometedor. El grupo se desempeñaba como si se trataran de auténticos expertos y arropaba y contenía a un cantante siempre a punto de los desmanes, aunque destacado y personalísimo en su voz.

Los ví en directo en esa época y me decepcionaron, un ejercicio desbocado de su cantante con unos músicos esperando y un público poco exigente dispuesto a aplaudir hasta los pedos. No obstante, decidí darles una segunda oportunidad con este segundo disco. Yo no me sentí nada decepcionado, pero los críticos lo pusieron de vuelta y media resaltando todos aquellos defectos que ya aparecían en el primero: el egocentrismo del cantante, las influencias descaradas de otros músicos. Estoy seguro que las mismas canciones las canta, por ejemplo, Van Morrison y el recibimiento hubiera sido muy diferente. Pese a las opiniones de otros, como me gusta llevar la contraria, lo tengo muy bien considerado y vuelvo a él todos los años por estas fechas, cuando se avecina Diciembre lleno de fiestas, días cortos, esperanzas y penas.

Este trabajo tiene catorce canciones presentadas exclusivamente para el lucimiento del cantante Adam Duritz, que repasa todos sus registros de voz, se exhibe sin recato, modula, chilla, recita, ruge  y acaricia. Está sencillamente de sobresaliente dentro del exceso, rozando el filo del precipicio, inclinándose hacia la caida pero finalmente sostenido por la fuerza de las composiciones y la música de la banda. Finalmente se imponen las sensaciones positivas a las negativas. 

Ellos siguen ahí, intentando demostrar que son algo más que un producto mediático. Este año tienen un nuevo disco que parece muy interesante. Ahora ya son unos clásicos. Llevan veinte años en el negocio. Por eso casi pasan desapercibidos, el cantante ha recibido la lección de humildad que merecía para su soberbia, y hasta los críticos les han perdonado. Diría que es el momento de disfrutarlos al máximo.

La primera del disco "Catapult. Pisando el acelerador y subiendo de marchas para llegar a "Angels of the silences, sin duda los más rockero de todo el disco, Duritz está más contenido porque tiene que tomar aliento: "Waiting for you, All my sins... I said that i would pay for them ... All my innocence is wasted on the dead and dreaming".


"Daylight fading". Un clásico single muy en la onda de "Mr Jones" con toques de guitarra country característicos y con intenciones de himno en el estribillo. El cantante empieza a soltarse en algunos "lalala" característicos.
"Moonlight creeping around the corners of our lawn"
"I'm not sleepping". Diseñada desde el principio para la exhibición vocal. La música sólo es un lamento de fondo entre sus frases con ascensos ocasionales en los momentos álgidos. Creo que quedaría mejor más corta y los arreglos orquestales.
"Goodnight Elisabeth". Una de las mejores del disco. La voz está refrenada y acompasada durante toda la canción. Se te mete poco a poco. Un auténtico clásico. Gran versión ésta en directo.
"Children in bloom" reincide en parámetros bien conocidos en el repertorio de estos músicos, perfectamente delineados en su primer disco. Inicio acelerado para irse templando poco a poco. Como siempre la música al servicio de la voz. Bellísimos los pasajes más lentos. Seguro que a los críticos no les gustaron nada los tarareos.

"I gotta get out of my own. I gotta get up from this waiting at home"
"Have you seen me lately". Acelerada y marchosa. Esta versión en directo demuestra lo bien que ha envejecido con los años.
"Miller's Angels". Una muy buena canción pese al empeño del cantante en desajustarla empleándose demasiado a fondo. Me gustaría escucharla con otro tono de voz algo más grave. Excesivo el final intentando parecerse más a un "bluesman" que a un rockero.

"Another horsedreamer's blues". Tarareada ya en el inicio, elegante en la instrumentación cercana al rock sureño más auténtico.


"Recovering the satellites". Da título al disco y evidentemente es una de las destacadas. De nuevo el cantante da rienda suelta a sus lamentos en el final.

"But we only stay in orbit for a moment of time. An then you're everybody's satellite. I wish that you were mine"
"Monkey" me encanta. Creo que en esta composición dan perfectamente en el clavo tanto en la extensión como en el tratamiento de la voz que se echa un poco para atrás cuando toca y así deja espacio a que la canción crezca. Elegantísima, redonda.
"Mercury". Prácticamente acústica. Explorando los caminos de la música tradicional y de campo. Una muestra de lo grandes que pueden ser en este terreno.
"A long december" y "Walkaways" son un final épico y mayestático. En la primera Duritz utiliza menos los agudos, templa de forma extraordinaria la voz, incluso cuando se hace a si mismo los coros. Es sin duda el "himno" de este disco. La canción que es el centro que me hace siempre girar los pies hasta completar perfectamente el círculo.

"I can't remember all the times I tried to tell myself to hold on to these moments as they pass"

La corta y acústica "Walkaways" que cierra el disco de forma magistral es una excelente rúbrica para un irregular conjunto. Deja la puerta abierta a la mejora en futuros discos.

"No big differences these days, just the same old walkaways, and someday I'm gonna stay but not today"

Finaliza así por si no lo teníamos claro.