domingo, 13 de enero de 2013

The Blue Nile: Aguas tranquilas, torrente subterráneo. ¡Sombreros, por favor!




No ha podido ser Rickie Lee Jones. Tampoco es que sea tan importante que todas las canciones de un disco estén ilustradas por vídeos, pero The Sermon on the exposition Boulevard, una obra maestra como la copa de un pino (una obra de arte que trasciende la mera forma de un disco), merecía mucho más (y eso que Rickie tiene varias obras maestras). En fin, no es grave, porque nos vamos de un salto a un grupo del que es fan la mencionada artista.

Rickie Lee Jones: «Flying Cowboys» (acompañada por The Blue Nile)
The Blue Nile surgieron en 1983 con un minielepé..., o un elepé cortito (media hora): A Walk across the Rooftops, y en aquel entonces parecían hacer pop electrónico de vanguardia. Pero había un par de canciones muy románticas y muy..., en fin, que tenían posibilidades comerciales. Lo importante es que mostraban muy buen gusto, un sonido no sólo profesional sino distintivo y algunas melodías memorables. Pero no se dieron prisa en continuar su camino, o no pudieron por diferentes desgracias. El caso es que hasta 1989 no salió Hats, su segundo disco (y quizá su obra más importante; no mucho más larga, no llega a 40 minutos). Seis años son muchos años para un grupo. Preguntémonos: ¿Por qué estábamos aún esperando con las manos juntas que hicieran otro disco? ¿Por qué ocho años más tarde, en 1997, en la Plaça del Rei de Barcelona, todos los que esperábamos a Belle and Sebastian escuchamos por los altavoces este disco enterito, sin quejas, casi como si ya hubiera empezado el concierto, casi como si nos proveyeran de un mantra antes de entrar a misa? ¿Sólo porque eran escoceses?

 Hats es una especie de milagro pop. ¿Qué debe ser eso del pop? Algo así como rock descafeinado, limado y endulzado, ¿no? ¿Cómo es posible no cansarse de algo así? The Blue Nile no pueden ser otra cosa sino pop, y sin embargo..., sin embargo merecen un altar.

«Over the Hillside.» La noche entra en el aura de la lámpara de la sala de estar. Todo el sonido parece estar cubierto por una tela de seda (lo siento, pero los talibanes del sonido «vintage» tendrán que abstenerse), menos la percusión, que aún recuerda el sonido industrial. Los violines y las trompetas acarician y rompen la monotonía. La voz va quejándose dulcemente en un lentísimo crescendo que pone la piel de gallina. Ya está creado el ambiente para todo el disco. El hechizo.
«The downtown lights.» Aumenta ligeramente el ritmo. Caminamos al trote para disfrutar de la noche en la ciudad. Los escaparates están encendidos y no tardarán en salir las putas. Pero las calles están vacías. La soledad romántica de un hombre frente al acantilado es sustituida por el hombre en medio de una multitud que no ha comparecido. Un sueño urbano rodeado de recuerdos sentimentales.
«Let's go out tonight.» El lamento. Baby, baby, estoy muy triste, salgamos esta noche. Ecos y distancias. Definitivamente, las melodías de este disco son muy buenas, muy naturales. Y la voz de Buchanan les queda que ni pintada (dios, cómo sufre el tío, espero que se anime después de los conciertos). Y hala, ya está, la primera cara se ha acabado. ¿Ya? Sí, no son muy plastas estos chicos, te dan la dosis y punto.
«Headlights on the parade.» Qué sonido. Qué lujo. Qué pianos. Una de las características de este grupo: ¿qué es melodía y qué es ritmo? A veces, me encuentro esperando un fraseo, un simple acorde, de un instrumento cualquiera que pueda puntuar el discurso poniendo comas, dos puntos, paréntesis y final. La melodía de la voz es el discurso.
«From a late night train.» Es la más lenta (¡¡¡¡¡¿más????!!!!), la que se dirige directamente al corazón sin pasar por los pies. Si fuera jazz, la gente pondría los ojos en blanco. Se acerca a algo así como un toque místico.
«Seven A. M.» Dónde está el amor. Eso nos preguntamos. Sí, nos preguntamos. ¿En casita, con tu mujercita?
«Saturday night.» Gran final. De la nada surge el sonido, el ruido ambiente, y el cristal de la guitarra con los pianos eléctricos. ¿A quién amas? Es la hora de hacerse las confidencias definitivas: Te quiero. La grandeza de una chica normal, de un amor delicado, sin alharacas, con una boca pequeña que diga las palabras justas al oído. Yeah.
La formación musical lo dice todo. Música pop de salón para mentes abiertas que no desprecien más acá de la comprobación. Robert Bell - Bass, Synthesizer; Paul Buchanan - Vocals, Guitar, Synthesizer; Paul Joseph Moore - Keyboards, Synthesizer. Pero desde mi punto de vista, jamás el pop sintético ha sido más cálido. Y si Rickie Lee Jones los admira, ¿quién soy yo para no caer igualmente rendido a sus pies? A veces hay que ponerse romántico, amigos; si no, ¿de qué coño estamos hablando?

2 comentarios:

  1. Excelente análisis de un grupo con una discografía corta pero perfectamente cuidada hasta en las distancias de publicación. Saludos.

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