«Love will tear us apart» sonó en las radios españolas. Recuerdo que incluso vi en la televisión el vídeo oficial. Y ya por entonces se inició el culto fúnebre a Joy Division. No es de ahora que se exprima miserablemente a los muertos. Pero eso lo digo con la perspectiva; en aquel entonces pensaba que era auténtico, que las portadas de cementerio eran parte de la estética. Ahora me pregunto si no había algo de mercadotecnia.
Fue todo muy rápido. Sonó el single, los Pegamoides se convirtieron en Parálisis Permanente y Dinarama; Gabinete Caligari, como su nombre indica, eran siniestros; Décima Víctima tocaron en el 666 (antiguo Metro). Romanticismo puro: oscuridad y pasión, misterio y dolor. La onda siniestra era muy sobresaliente en la ola post-punk: The Cure, Siouxie and the Banshees, The Sound... Me acuerdo de que cuando moría alguien que representaba algo para mí (no sé, como Julio Cortázar), yo le hacía un simbólico funeral poniendo en el tocadiscos el Berlin de Lou Reed o el Closer de Joy Division. ¡Menuda sensibilidad!
Cuando mi hermano compró el primer disco de Joy Division, nos quedamos colgados de la primera canción: «Disorder». Era un disco muy difícil. No entraba ni mucho menos a la primera. Y acojonaba. Es decir, en serio, «I remember nothing» con auriculares te los ponía de corbata. Debió de ser a finales de 1980, porque en cuanto salió el primero de New Order, también lo compró (finales del 81, principios del 82). Y entre ambos, no sé cómo, me hice con Closer. El disco que lo contiene todo. La primera cara, más hacia Unknown Pleasures; la segunda, uf, la segunda es la obra maestra que ponía una y otra vez, mirando de reojo la primera.
Supongo que lo lógico, después del mazazo melódico de «Love will tear us apart» (que es, creo, lo primero que se conoció en España), era buscar canciones parecidas. No las había. Pero el despegue del punk es tan evidente y tan sugestivo que vale la pena. Hay ritmo obsesivo, más rápido, más lento; hay una tristeza de nieve sucia; un uso inteligente de los teclados; un desarrollo melódico paciente... Son apenas cuatro canciones, a cual mejor. Funk cibernético: «Heart and Soul»; música trepidante: «Twenty four Hours»; paisajes invernales desolados: «The Eternal»; y lo más cercano a lo que buscaba: «Decades». Aquí se usa el teclado de una forma cercana a «Love will tear...», pero es mucho más lenta. Es una canción maravillosa, pero no es un single. Las cuatro canciones parecen compuestas para una suite. Se pueden repetir cíclicamente y se obtiene un paisaje hipnótico.
He aquí esa segunda cara.
La primera cara empezaba con una exhibición de torturas sonoras. No me extraña el título, sacado de un libro de cuentos de J. G. Ballard, «Exhibición de atrocidades». Guitarras como sierras mecánicas que te cortan en dos sobre el típico ritmo de Steve Morris (África pasada por un turmix y congelada a -300 ºC).
En cuanto a «Isolation», era lo más cerca que podían estar del tecno-pop.
«Passover» demuestra que no hace falta hacer ruido. Las guitarras raspan, el bajo se mete en el estómago. Me doy cuenta de que, después de entrar mucho mejor por la segunda cara, la primera no tiene desperdicio. La melodía de la voz se acopla perfectamente al desarrollo instrumental.
«Colony». La fábrica de cristal roto continúa. Hay desprecio en la voz, hay dolor. La sección rítmica era lo nunca oído, se nota. Maestros en crear un clima obsesivo.
«A means to an end». El tren que no para. El bajo es medio funky. Los frenos del tren no se activan hasta el final. Hasta entonces, la respiración del tren conduce la canción con una locomotora desanimada y repleta de bilis. La mejor de esta cara, según mi opinión de entonces. Ahora no estoy tan seguro.
Y he aquí un concierto que yo vi en vhs, en casa de mi amigo Eugenio De Haro, hacia 1983. Lástima de sincronización.
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