De Will Johnson
no tenía más referencias que tomó parte de Centro-matic y su colaboración como
batería en el “supergrupo” Monsters of Folk
junto a Jim James, Conor Oberst, M. Ward y Mike Mogis, pero revisando su
currículum sus credenciales no pueden ser mejores ya que figuran en su
documentación colaboraciones con Jason Molina en un disco conjunto en 2009, con
David Bazan, Vic Chesnutt y Mark Eitzel en una banda llamada Undertow Orchestra
y con Jay Farrar, Jim James y Anders Parker en un proyecto relacionado con las
canciones de Woody Guthrie llamado New Multitudes.
Su disco “Swan
City Vampires” de 2015 me pareció magnífico así que en cuanto salió este último
me hice con él sin dudarlo.
Repasándolo estos
días de solaz veraniego, me atrevo a calificarlo como uno de los mejores discos
que he escuchado este año. Musicalmente no parece aportar nada nuevo, música
americana dirían los amantes de las etiquetas, pero para mí el disco está
repleto de fluidez emocional. Y ¿qué es eso? Algo tan sencillo como que está
repleto de música epidérmica, de esa que navega desde los pabellones auditivos
hacia las aurículas cardíacas y finalmente asoma por las glándulas cutáneas o
se empeña en contraer los músculos piloerectores de forma inexplicada, como
cuando te ponen a cámara lenta unos pasos de baile o unos naturales bien
sentidos y, sin necesidad de entender o siquiera de ser amante o aficionado
sabes inconscientemente que estás ante algo bueno. Todo eso pasa durante la
audición de este último disco de Will Johnson.
Y es que me gusta
hasta el título que alude a un pequeño pueblo de Carolina del Norte y a un
“amuleto de la suerte” como esos que llevo obligatoriamente en el bolsillo
siempre, uno porque me lo dio mi madre, otros un amigo y otros que acumulo sin
sentido alguno.
El disco es muy lineal,
muy intimista, con poco ruido, de hecho, la portada ya lo anuncia con una foto
de unas montañas apenas vislumbradas en el atardecer.
Comienza con una
excelente balada “Childress (To Ogden)” de la que me gusta hasta que el título
lleve subtítulo (o dedicatoria, aunque igual simplemente se refiere al trayecto
entre dos pueblos con ese nombre). El cantante se dedica a deslizar suavemente sus
versos bajo el influjo de una slide guitar y unos coros ululantes. Una canción
de atardecer, de refugio en el monte y de fuego en hoguera. Está claro que
quiere que escuches bien los versos porque los desgrana con lentitud y mimo.
“And the
dogs, they may have all the codes”
“Every Single Day
of Late” comienza con acordes guitarreros distorsionados y repetidos que
persisten durante toda la canción, pero la voz (la voz es muy importante en
todo el disco) destaca por encima, como si interpretara un discurso algo enfadado
y la guitarra solo sirviera para imponer silencio mientras tanto. La canción
parece que se va a elevar cuando entran las percusiones (unas congas parecen) y
las guitarras toman el escenario momentáneamente, pero solo anuncian los versos
finales que aparecen tras ese intermedio recomendando por duplicado: “Be brave”.
En la tercera
canción (“Ruby Shameless”) el disco ya se ha apoderado totalmente del oyente,
como si esas guitarras rasposas hubieran conseguido concentrarte. La canción es
tan lenta como un recitado, sencilla pero bellísima en sus apenas tres minutos
de duración que finalizan con un zumbido que da entrada sin interrupción a
“Filled with a falcon’s dreams” enorme título que confirma la originalidad del
artista en sus elecciones. Da la sensación de que no estamos ante un disco sino
ante una novela con sus correspondientes capítulos, paisajes y protagonistas.
Esta parece un canto al sol de la mañana, entonado desde la entrada de una
cabaña, percibiendo todo el poderío de lo natural y la minúscula dimensión del
ser humano en soledad.
“But time
has got its way, and the trouble has got its teeth and they are sinking it.”
“Heresy and
Snakes” es una de las mejores del disco, mantiene la excelencia sino la eleva
en su grado. En este tema suena muy bien engrasada toda la banda, el cantante
aparece mucho más acompañado y así arropado, suena más consolidado.
“Hey-O, Hi-O” es
una de las más simples y cortas, construida con percusiones y pocos
instrumentos mientras el cantante eleva una letanía en la que busca
constantemente la rima.
“Predator” es
otro punto culminante del disco, seguramente es la más comercial, la más fácil
de entonar por el público, sólo hay que dejarse llevar en los coros o en el
estribillo. Nuevamente la música y la voz suenan perfectamente engrasadas con
un toque muy clásico, la podrían intepretar perfectamente Johnny Cash o Roy
Orbison y les quedaría suprema. “Like a
Predator that knew I wanted to be found”.
Llegados a este
punto de calidad lo normal sería seguir por el mismo camino marcado por la
anterior canción, pero “Milaak” no es continuista, arriesga en los arreglos y
en el ritmo (en comparación con la anterior) y el músico entrega otra de las
mejores del disco.
Para completar la
obra se guarda la mejor de todas, la canción que compendia todo lo ofrecido previamente
y que da título al álbum (“Hatteras”) y además es la más larga, sabiendo que la
vamos a disfrutar una y otra vez y no vale la pena menguarla, y que tiene que
estar al final porque si fuera la inicial costaría avanzar en la escucha del resto.
Una canción sin estribillo que más que canción o poema es una historia, como
todo el disco entero.
“There are gifts, and there
is virtue. And there is a solace in returning to thee.”
Puedes disfrutar
del disco entero en “bandcamp” pero mejor te lo compras que el artista se lo
merece de sobras.
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