Tanto en el terreno de la afición musical como en el terreno económico, la frontera de 1988 marcó para mí un nuevo comienzo. Sobre todo a partir de 1990. Se abrió la posibilidad de crear una nueva discoteca, propia, que recuperase asignaturas pendientes y explorara nuevos caminos. El cambio de década me había dejado descolocado. De flipar con el sonido ampuloso post-punk apopado, a darme cuenta de que no me enteraba de nada de lo que estaba pasando: los nombres de Dinosaur jr. o Sonic Youth me parecían un misterio por resolver. De reconocer las cimas de The Church o de El Último de la Fila, a darme cuenta de que ese camino apenas tenía más recorrido. Me puse más en el jazz, en la clásica, en los libros...
Fueron años, el ochenta y nueve, y los primeros noventas, de repetidas visitas a las tiendas de discos, porque los vicios son vicios; de tímida exploración del cedé (luego convertida en obligación por el mercado). Y en ese contexto, compraba discos por leves intuiciones, nombres que suenan, portadas irresistibles. No me daba cuenta de que estaba en un proceso de cambio, y buscaba razones para seguir adelante.
Bien, Waking Hours, de los del Amitri, no destaca por la portada: era y es horrible.
Pero me sonaban como un grupo prometedor que alguien había dicho que se debía probar..., que facturaban un pop mucho más sustancioso de lo habitual. Posteriormente he descubierto que la portada que tengo (edición de Alemania Occidental: ellos cuatro en plano americano mirándote a los ojos, un poco desde arriba, de sobrados, y ante un fondo de cielo azul, con una luz desastrosa que viene desde la izquierda y les disimula los rasgos), esa portada, digo, es alternativa, y existe otra, muy parecida en el concepto pero definitivamente distinta en la factura, los colores, el gusto.
El sonido es muy de final de los ochenta: como si los productores desearan reproducir a otros Commotions, como si los Midnight Oil cambiaran de vocalista y perdieran épica. En lo primero, habían acertado: la vocación de escritura pop de carácter estaba ahí; en lo segundo, me tocaron la moral, puesto que (aunque nunca llegara a la grandilocuencia) a este grupo no le sienta bien la producción de «vamos a conseguir el éxito». A lo mejor no les sienta bien la mezcla: tres productores distintos, varios músicos alquilados (dos de los Commotions, por cierto), impulso creativo original suavizado por un sonido dirigido a un público más amplio...
Las primeras escuchas fueron de hombre con fe. Deseaba que me gustaran, porque en ese proceso de cambio, quería agarrarme a valores seguros. Pero no les encontraba mordiente. ¿Por qué? Hoy creo que eran las dos primeras canciones. Son buenas, no es que apesten. Pero suenan a cualquier cosa. Y para la tercera yo creo que ya estaba distraído. Pero la fe me hizo poner el disco las suficientes veces. Uf, cómo puedo explicarlo. «Move away Jimmy Blue» es de verdad.
Y «Stone cold sober» una canción como la copa de un pino, tan buena que podría ser favorita de todas las generaciones y, aunque odie los himnos, podría convertirse en uno. Puede ser ese el problema de la primera cara. Desde ya digo que no me hubiera pasado nada de eso si hubiera empezado por la segunda cara.
«When I want you» es igual de potente y «comercial» que las dos primeras de la cara A, pero, por contra, es definitiva, es de verdad, es inapelable.
«This side of the morning» demuestra que hay composición madura, y matices (te recuerda a un folk que luego, con las escuchas, resulta que está diseminado por todo el disco con muy buen tino).
«Empty»...
No sigo. La segunda cara es de traca, una detrás de la otra.
Bueno, volvamos a la primera cara... No, no, que aparte de las dos buenas, las otras no están nada mal. Mmm. No están nada mal. Venga hombre. ¡Pero si «Kiss this thing goodbye» lo parte! Jopé, pues va a ser que este disco es tremendo... ¡Oyessssss! Me lo vuelvo a poner.
Sí, puede que Twisted (su cuarto disco) sea más redondo. Pero Waking Hours (1989), su segundo, es el que me compré en plástico, allá por el noventa y dos, cuando todos los caminos se abrían y no tenía ni idea de por dónde tirar. Y Del Amitri, en Twisted, ya eran, ya con mayúscula, un grupo madurado. La gracia de éste es el descubrimiento de un sonido, aún tentativo; la frescura del querer llegar a algún lado; y el cariño. Además..., «Stone cold sober»... ¡Uf! Suscribo.
Pocas cosas tan satisfactorias como crear tu propia colección de discos (y de libros..), muchas veces dando palos de ciego, sin saber muy bien por donde discurres, hasta que te vas dando cuenta que representan tu propia personalidad, y lo que al principio parecía un poco caótico se va asentando como imprescindible, reflejo de tu propio camino. No les tengo muy controlados a Del Amitri..., seguro que les daré, con el tiempo, alguna oportunidad.
ResponderEliminarSaludos,
JdG
¡Salud, Javier! Gran definición de lo que es una discoteca personal.
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